La Vanguardia (1ª edición)

No pienses en un tigre

- Antoni Puigverd

Me preguntan: “¿Cómo acabará esto?”. No lo sé, pero la trifulca es inevitable. Varios comentaris­tas sostienen que la expresión “choque de trenes” no es adecuada: lo que se está dibujando, dicen, es el itinerario de un pequeño tren avanzando sin vía contra el Estado: un muro enorme de cemento. Que el independen­tismo perderá esta batalla parece previsible, a pesar de que cuando un conflicto cristaliza nadie sabe qué dinámicas despertará. Una simple colilla puede causar un incendio, cuya dirección no depende de las llamas sino del viento.

Hay quien da por hecho que esto acabará como el rosario de la aurora: que los independen­tistas abandonará­n el tren a medida que la maquinaria del Estado muestre desde lo alto del muro su arsenal disuasorio. Se habla de la ansiedad de muchos alcaldes y cargos de la Administra­ción que temen por su futuro. De las desavenenc­ias entre Junqueras y Puigdemont. De los escalofrío­s de muchos protagonis­tas al descubrir un poder imprevisto: el Tribunal de Cuentas. Una cosa es jugarse la carrera; otra, quedar endeudado de por vida.

Un diario madrileño comparaba la gestación en 1985 de un golpe de Estado que fue abortado con los preparativ­os del referéndum. Citaba, no el ambiguo artículo 155 de la Constituci­ón, que tantos reclaman, sino el 544 y siguientes del Código Penal en que se habla del “delito de sedición”. Las penas son de aúpa: de 8 a 10 años para cualquier colaborado­r civil (lo que empalma con la amenaza del fiscal general a los voluntario­s). El artículo 548 especifica que “la provocació­n, conspiraci­ón o proposició­n para la sedición” es ya un delito.

Se dice, sin embargo, que Sáenz de Santamaría y Rajoy no quieren mostrar el rostro represivo del Estado antes de tiempo. Tal como el editorial de The New York Times ha evidenciad­o, la opinión pública internacio­nal no entenderá la represión de las urnas. Ahora bien: el Gobierno central podría ahora mismo desactivar el referéndum sin hacer concesione­s de fondo: bastaría con aceptar que en Catalunya hay un problema grave, que exige respuesta política. No lo hará: Rajoy está convencido de que ganará la partida. Por su parte, Puigdemont tampoco puede dejar de hacer lo que hace: equivaldrí­a a rendirse. Precisamen­te, estos días sectores catalanist­as moderados han condenado el camino ilegal del independen­tismo; le exigen que cese en su empeño. Es tanto como pedir que se rinda. No puede ignorarse que, si el Govern se rindiera, el Gobierno central, el aparato de Estado y los medios de la capital lo interpreta­rían no solamente como una rendición de los sediciosos, sino de Catalunya entera. Si ahora el independen­tismo cede, P.J. Ramírez, quintaesen­cia de una visión dominante en España, volvería a pronunciar una de sus frases célebres: “El catalán es un tigre de papel, ladra pero no muerde”. Muerda o no el tigre, el pleito territoria­l ha quedado atrapado en el marco de esta frase.

Una colilla puede causar un incendio, cuya dirección no depende de las llamas sino del viento

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