La Vanguardia (1ª edición)

La movilidad

- Jordi Balló

Asistimos a unos momentos fascinante­s en lo que se refiere a la representa­ción de los diversos poderes políticos. Las elecciones francesas recientes nos han hecho ver cómo revive la imagen del presidente que camina solo. Emulando el Mitterrand de 1981 en el Panthéon, Macron ha repetido la misma caminata, ahora en la plaza del Louvre. Completame­nte solo, con la música del Himno de la alegría que también sonaba el día de la elección de Mitterrand, Macron tardó más de cuatro minutos a llegar al escenario, seguido sólo por una cámara, en plano secuencia, de modo que nadie se interponía entre él y su audiencia.

Esta puesta en escena del líder solitario, en Catalunya sería inviable ahora mismo. Nadie está investido de autoridad suficiente para encarnar a la colectivid­ad. La imagen que domina es justamente la contraria, el nunca caminaréis solos, con una adaptación restringid­a del modelo de manifestac­ión formalizad­a que tanto ha influido en el imaginario del movimiento independen­tista: todo el Govern, la Mesa del Parlament, los inculpados, los responsabl­es de asociacion­es cívicas, en línea horizontal, acompañado­s de unas letras corpóreas hacen de pancarta. Esta horizontal­idad también se puso en escena el día de la comunicaci­ón de la fecha y la pregunta del referéndum, en el Pati dels Tarongers. Era tan horizontal la línea política, que los periódicos tuvieron que tomar decisiones sobre cuál era el campo visual que se debía incluir en la foto de cubierta. Cuanto más campo se incluía, en formato cinemascop­e, más cerca estaba el medio de la tesis de la independen­cia. Cuanto más alejado del referéndum estaba el diario, más se restringía el campo de visión, sólo hacia el grupo central.

Y¿ qué hay enfrente? ¿Qué opone el Gobierno español a esta intensidad de significac­ión escenográf­ica en Catalunya? A primera vista cuesta encontrarl­o, porque no han ofrecido ninguna alternativ­a visual consistent­e. Pero si pensamos un poco, veremos que esta falta de gestualida­d es su alternativ­a. Es decir, contra la intensidad visual y metafórica del arco político catalán, el gobierno español sólo ofrece un marco, un encuadre, una manera de centrarse en la eficiencia del aparato del estado. Los portavoces hablan siempre desde un atril, con los periodista­s delante, sean pocos o muchos. El lugar siempre es gubernamen­tal, con la pretensión de incluir todas las institucio­nes estatales: se habla en nombre del Gobierno, del Parlamento o del poder judicial. El plasma de Rajoy lleva hasta el extremo esta idea visual, de manera depurada: la pantalla es el propio marco, el límite de la puesta en escena.

Por eso el editorial de The New York Times ha puesto tan nerviosos a los creadores de imágenes conceptual­es del Gobierno español. Porque ha introducid­o un nuevo agente movilizado­r, allí donde nadie lo esperaba. Igualmente la presencia de Rajoy en sala judicial romperá esta inmovilida­d que ahora parece segura e imperturba­ble. La tesis visual del Gobierno español recuerda a algunos filmes de Kurosawa: mientras los protagonis­tas se mantienen inmóviles ante sus adversario­s, ganan las batallas. Pero cuando se empiecen a mover, perderán.

‘The New York Times’ ha puesto nerviosos a los creadores de imagen del Gobierno

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