La Vanguardia (1ª edición)

Flotats, la excelencia

- Pilar Rahola

No imagino una palabra con suficiente categoría para empezar el texto. El idioma es rico en elogios, y todos tendrían cabida en un artículo dedicado, pero, al mismo tiempo, todos serían deficitari­os. Josep Maria Flotats es mucho más de lo que las palabras describen, porque no es un actor de teatro sino el teatro en él mismo, ese tipo de teatro que se convierte en un espectácul­o mágico, intenso y emocionant­e. La palabra hecha gesto, el gesto hecho emoción, la emoción hecha tributo a la palabra, y de todo, la copa de la cultura alzada en medio del escenario. Es Flotats, el hombre que, como ha dicho Roser Gauchola, “nos trajo Europa a casa cuando para nosotros Europa era Francia”.

Lo acaban de nombrar honoris causa por la Universita­t Autònoma de Barcelona y asegura que, cuando se lo dijeron, preguntó por qué le daban tal honor.

Después, en su discurso de aceptación, ha dicho que no era un premio a su persona sino a todo el teatro, y ha recordado la precaria situación de los actores en un Estado que no cree en la cultura. “Recibo este doctorado como un homenaje al teatro en general, a través de mi persona, a todas las personas que viven y malviven de este viejo y desgraciad­o oficio”. Sólo un 8% de los actores pueden vivir de ello... También ha añadido que no es la voluntad, sino la providenci­a, la que se lo ha dado todo: “Todo me ha sido regalado, concedido. Yo he intentado no desmerecer, con la intención de servir al arte, de elevar el listón”. Y de esta voluntad de no “desmerecer” ha hecho una vida entera.

Pienso en ello y no me puedo privar de desdecirlo. No es cierto que la providenci­a otorgue favores, porque toda oportunida­d bien aprovechad­a es fruto del esfuerzo, la categoría y el deseo de mejorar, y nada se regala cuando queremos sobresalir. Si algo es Flotats es justamente esto: la búsqueda esforzada, obsesionad­a, duramente trabajada para conseguir la excelencia. Y este es el gran tributo que ha hecho al teatro y a la cultura: no tener nunca bastante, trabajar cada gesto, cada cadencia, cada entonación hasta sacarle todo el jugo al texto y toda el alma al universo que esconde. Es decir, ha creído en su oficio más allá de todo, de la lucha cotidiana para ser uno de los mejores, de los tropiezos y los obstáculos que ha encontrado por el camino, de las mezquindad­es que ha tenido que sortear. Recuerdo perfectame­nte las fechorías políticas que sufrió cuando se quedó en Catalunya (animado por Max Cahner, otro amante de la cultura) y se enredó con el gran proyecto del Teatre Nacional. La idea era grandiosa y su implicació­n total, pero el pujolismo de la época fue ingrato y corto de miras. Podía haberse quemado para siempre, pero se alzó de nuevo y siguió haciendo magia encima del escenario. Un honoris causa que honra, él mismo, a la universida­d que se lo otorga. No, Josep Maria, nada te ha sido regalado. A nosotros, en cambio, todo nos lo has concedido.

Es Flotats el hombre que “nos trajo Europa a casa, cuando para nosotros Europa era Francia”

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