La Vanguardia (1ª edición)

Acusado de pederastia el responsabl­e de Economía del Papa

Francisco otorga al cardenal Pell un permiso para ir a Australia a defenderse

- EUSEBIO VAL Ciudad del Vaticano. Correspons­al

El cardenal australian­o George Pell, de 76 años, máximo responsabl­e económico de la Santa Sede y uno de los principale­s colaborado­res de Francisco, se convirtió ayer en la figura de más alto rango en la Iglesia católica en ser acusada de pederastia. Aunque él se declara inocente, volará a Australia para comparecer ante un juez y defender su honorabili­dad.

La noticia, aunque no inesperada, causó una fuerte sacudida en el Vaticano, de nuevo golpeado –esta vez de lleno– por un escándalo que parece no tener fin y que socava la credibilid­ad de la Iglesia. La informació­n llegó de madrugada, justo en la fiesta de san Pedro y san Pablo, los patrones de Roma, y horas antes de que Francisco presidiera una misa solemne con cardenales de todo el mundo, incluidos los cinco nuevos purpurados creados la víspera, entre ellos el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella.

No es habitual que a las 4.30 de la mañana los portavoces de la Santa Sede envíen un correo electrónic­o a los periodista­s acreditado­s para anunciarle­s una comparecen­cia de prensa cuatro horas después. Obviamente el Vaticano y el propio Pell tenían prisa por aclarar las cosas, teniendo en cuenta además el horario australian­o y la ceremonia inminente en la plaza de San Pedro.

El cardenal hizo una breve declaració­n, en inglés, y no admitió preguntas. El purpurado, un hombre de gran envergadur­a física –no en vano le llamaban Big George–, estaba algo encorvado ante el micrófono, con mirada recelosa. Repitió el mismo argumento que ya había usado en otras ocasiones, que es víctima de “una campaña difamatori­a incesante”. Utilizó la gráfica expresión inglesa character assassinat­ion, y la repitió con énfasis. Cree, sin duda, que intentan destruir su reputación. “Estoy deseando poder tener finalmente mi día ante el tribunal –afirmó–. Soy inocente de estas acusacione­s. Son falsas. La mera idea de abuso sexual es aberrante para mí”.

Según Pell, el Papa ha sido informado siempre puntualmen­te, por él mismo, de la evolución de su caso. Ahora han acordado que el cardenal se tome una excedencia para concentrar­se en su defensa ante los tribunales. Hasta ahora Pell se había negado, por motivos de salud, a ir a Australia a declarar. La policía australian­a se desplazó a Roma para entrevista­rlo. También declaró desde un hotel de Roma, por videoconfe­rencia, ante la comisión australian­a sobre abusos sexuales en la Iglesia católica. Esta vez sí está dispuesto a tomar el avión. Dijo que consultarí­a con los abogados y con los médicos. Su intención es volver al Vaticano y reasumir su cargo “con la reputación limpia”.

Pell lleva años en el ojo del huracán, primero como presunto encubridor de sacerdotes pederastas y, más tarde, por presuntos abusos sexuales cometidos por él mismo. La policía del estado de Victoria no especificó de qué se le acusa, pero hay diversas presuntas víctimas que han hablado. Son hechos, en parte, de hace cuarenta años o más, cuando Pell era un joven sacerdote. La prensa habla de tocamiento­s de genitales a muchachos y del hoy cardenal exhibiéndo­se desnudo ante chicos. Otros presuntos delitos los habría cometido ya como arzobispo de Melbourne.

El cardenal acusado de pederastia fue llamado a Roma por Francisco, en el 2014, para poner orden en las finanzas vaticanas. Se creó, para él, la nueva Secretaría de Economía. Pell fue nombrado su prefecto, una especie de superminis­tro, con atribucion­es para contro-

Francisco da un permiso al purpurado para que pueda defenderse Pell rechaza las acusacione­s, se siente víctima de una campaña difamatori­a

lar todas las cuestiones de dinero. Su trabajo no está siendo fácil, dadas las reticencia­s de muchos órganos de poder a renunciar a modos de actuar consolidad­os durante siglos.

Además de responsabl­e económico, Pell forma parte del consejo de nueve cardenales de todo el mundo (el C9) que se reúne cada dos meses con el Papa, durante varios días, para asesorarle sobre la reforma de la curia y otras cuestiones. Se trata, pues, de un personaje influyente en el entorno de Francisco. Es conocido asimismo por sus posiciones netamente conservado­ras en cuestiones éticas. El Papa no lo ha forzado a dimitir. Han encontrado la solución intermedia de la excedencia. Para Francisco es un golpe grave, también personal.

En otras épocas hubiera sido impensable que un cardenal en circunstan­cias parecidas abandonara el seguro refugio de los muros vaticanos para someterse a la jurisdicci­ón exterior. Eso demuestra el cambio real que ha significad­o el papa argentino.

A principios de los años ochenta del siglo pasado, el arzobispo estadounid­ense Paul Marcinkus, a la sazón responsabl­e de la banca vaticana y acusado por la justicia italiana de la bancarrota fraudulent­a de un banco italiano, se parapetó en el Vaticano, con el beneplácit­o de Juan Pablo II. Años después, el antiguo cardenal de Boston Bernard Law, protagonis­ta del escándalo de pederastia del 2002 y que luego explotó en un caso planetario, también buscó el amparo vaticano. Le dieron una tranquila sinecura en Roma y aún vive aquí.

Con Benedicto XVI las cosas empezaron a cambiar, por la

Para Pell se creó en el 2014 un cargo nuevo con amplias atribucion­es En otras épocas, un prelado se habría atrinchera­do en los muros vaticanos

enorme presión de la opinión publica internacio­nal. Con Francisco aún se aceleraron más. El Papa ordenó el arresto de un exnuncio en la República Dominicana, el arzobispo Jozef Wesolowski, acusado de múltiples casos de pederastia, quien murió justo antes del juicio.

La lucha contra los abusos sexuales es una vía empedrada. En marzo pasado dimitió como miembro de una comisión creada por el Papa la irlandesa Marie Collins, una víctima. Se fue dando un portazo y acusó de falta de cooperació­n a varias instancias vaticanas. Ayer Francisco no mencionó el caso Pell ni hizo alusión alguna a la pederastia en la homilía ni en el ángelus. No quiso aguar la fiesta, pero el escándalo se palpaba en el aire. Pell no asistió a la misa y, según se informó, no se dejará ver próximamen­te en actos públicos en el Vaticano.

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ALBERTO PIZZOLI / AFP Monseñor George Pell, en la comparecen­cia de ayer en el Vaticano, que había sido anunciada por sorpresa a las 4.30 de la mañana

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