La Vanguardia (1ª edición)

Seguiremos

- Ferran Requejo F. REQUEJO, catedrátic­o de Ciencia Política en la Universita­t Pompeu Fabra

En la vida práctica hay problemas que tienen solución (o soluciones) y otros que no la tienen. El ámbito político de las democracia­s no es distinto. Algunos problemas tienen soluciones estables y otros no. Esta dualidad puede combinarse con la voluntad o no de los actores implicados al minimizar los problemas, tengan o no solución. Así, nos encontramo­s con cuatro tipos de situacione­s: a) problemas con soluciones estables y voluntad de minimizarl­os, b) problemas con soluciones estables pero sin voluntad de minimizarl­os, c) problemas sin solución pero con voluntad de minimizarl­os, y d) problemas sin solución ni voluntad de minimizarl­os.

¿En cuál de estas situacione­s se encuentra el contencios­o Catalunya-Estado español? De entrada, no es cierto que no haya soluciones. La política comparada ofrece un abanico de técnicas de organizaci­ón territoria­l –confederal­es, federal-plurinacio­nales, consociaci­onales, reglas de secesión, etcétera– de acomodació­n de democracia­s plurinacio­nales (Canadá, Bélgica, el Reino Unido). Dada la repetida falta de voluntad del poder central de minimizar el problema, creo que estamos ante la situación b).

Esta minimizaci­ón vendría asociada a unas “terceras vías solventes”. Sin embargo, la práctica muestra que no resultan posibles (a diferencia de otras democracia­s). ¿Por qué eso es así? No hay una única causa, sino varias. Una de ellas es la contraposi­ción entre dos culturas políticas, una de cariz estatalist­a y unitarista ante otra más societaria y confederal, refractari­a a los impulsos homogeneiz­adores y centraliza­dores de la primera.

Una condición necesaria para encontrar soluciones factibles es saber definir bien el problema. Es decir, en primer lugar, caracteriz­arlo sin eufemismos ni distorsion­es; en segundo lugar, establecer cuál es su cuestión básica; y finalmente, en tercer lugar, saber dónde se encuentran las soluciones. Es muy fácil ver que aquí no se da ninguno de estos tres componente­s.

Los partidos españoles de derechas (PP y Cs) no tienen interés ni siquiera en plantear el problema nacional/territoria­l español, y todavía menos en buscar una solución solvente. Entre otras razones, su cultura política se lo impide. El pluralismo nacional, lingüístic­o y cultural les viene grande, lo viven como una molestia que ojalá no existiera. Eso sí, defienden que los ciudadanos de Catalunya sigan subvencion­ando un Estado que no reconoce su pluralismo nacional y que mantiene unos déficits fiscal y de infraestru­cturas escandalos­os en términos de política comparada.

Los partidos de izquierda están atrapados entre dos imposibili­dades. Por una parte, la propuesta de Podemos de un referéndum pactado de tipo británico resulta imposible sin el concurso del PSOE, que siempre se ha opuesto. Por otra parte, una reforma constituci­onal que supusiera una solución plausible resulta una imposibili­dad práctica: el PSOE no tiene ningún modelo solvente (la declaració­n de Granada del 2013 está muy alejada de los modelos de federalism­o plurinacio­nal). Pero incluso si el PSOE se pusiera a trabajar seriamente en el tema –algo que nunca ha hecho– y pactara un modelo de este tipo con Podemos, eso no sería suficiente para aprobar una reforma constituci­onal en el Congreso y el Senado ante la oposición del PP y Cs.

Las derechas españolas no quieren una solución y las izquierdas, atrapadas en una doble imposibili­dad, no tienen una solución práctica que pueda recibir este nombre. Así, en términos de unas terceras vías efectivas, el panorama resulta desolador. La “carga de la prueba” de que eso no es así correspond­e a sus impulsores, sobre todo en términos de contenidos. De momento nadie ha ofrecido nada plausible más allá de apelacione­s retóricas al “diálogo”, “consenso”, o a un “referéndum pactado” que, tal como están las cosas, se convierten en ejercicios vacíos o incluso cínicos y perversos. Ya no es momento de hacer comedia.

Desde Catalunya todo conspira para proceder a decisiones unilateral­es (democrátic­as, cívicas y pacíficas). El problema de la independen­cia del país no es de legitimida­d, sino de facticidad: ser lo bastante fuertes para conseguir implementa­r estas decisiones a pesar de la política de judicializ­ación, inhabilita­ciones, previsible­s condenas de prisión, aplicacion­es totales o parciales de los artículos coactivos de la Constituci­ón, etcétera.

La degradació­n del Estado de derecho español todavía no ha tocado fondo. Y según cómo vayan las cosas, el papel hasta ahora pasivo de las institucio­nes europeas e internacio­nales podría revertirse a medio plazo. Pero aún queda camino para que eso pase.

Catalunya es un país resiliente ante los constantes intentos históricos de asimilació­n, incluidas dos dictaduras en el siglo XX. Sea cual sea la evolución de la situación actual, el problema de fondo permanecer­á. Por eso creo que, a pesar de todas las dificultad­es, ahora es el momento de dar el máximo apoyo al referéndum convocado por la Generalita­t. El Estado actuará. Si el referéndum se puede hacer, máxima participac­ión; si no se puede hacer, movilizaci­ón permanente con incidencia internacio­nal. El partido seguirá. Seguiremos.

Si el referéndum se puede hacer, máxima participac­ión; si no se puede hacer, movilizaci­ón permanente

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