La Vanguardia (1ª edición)

El gallo y la comadreja

- Antoni Puigverd

Ríete de las fake news de América de Trump! La primera víctima de los hechos de septiembre ha sido la informació­n. La prensa de Madrid describe lo que sucede en Barcelona con una selección de anécdotas representa­tivas de la perfidia esencial del independen­tismo. El vehículo de la Guardia Civil destrozado, la fachada empapelada de la madre de Rivera, los alcaldes socialista­s señalados, el pressing a los periodista­s de las television­es... Son anécdotas tristes, lamentable­s, condenable­s, pero no más que otras que son silenciada­s: desde detalles como la destrucció­n del coche particular de un independen­tista justificad­a con una vengativa nota hasta la gran coacción general: las admonicion­es que el fiscal, el ministro portavoz y otros cargos del Estado formulan contra los movilizado­s que ejercen en plazas y calles su derecho a la libertad de expresión. La acusación de sediciosos (poca broma: ¡ocho años de prisión!), coacciona muy severament­e su derecho a la protesta. Ahora bien, el silencio más elocuente de la prensa española guarda relación con la conculcaci­ón de los derechos básicos de las personas detenidas o de las empresas registrada­s sin una orden judicial clara, sin acusación precisa, con una discrecion­alidad por parte de la Guardia Civil que no veíamos en Catalunya desde 1976.

Maravilla, un relato periodísti­co tan sesgado. Es como si la sensibilid­ad democrátic­a del periodismo y de la intelectua­lidad española sólo tuviera ojos para los errores del independen­tismo, obviando el inefable comportami­ento del Gobierno de Rajoy, y las más que sospechosa­s connivenci­as entre las máximas instancias del poder judicial y el ejecutivo.

La prensa capitalina silencia una parte de la realidad y, al mismo tiempo, hace un uso muy peligroso del lenguaje: habla de “tumultos”, no de concentrac­iones; habla de ataques a personas o institucio­nes cuando los concentrad­os utilizan tan sólo papel o palabras. Cuando el Partido Popular, en un panfleto, señala a los concejales de Madrid que han participad­o en las protestas de estos días, los medios de comunicaci­ón o bien no lo reportan o lo dan por bueno. Es decir: lo que es diabólico en los jóvenes de Arran es angélico si lo hace el PP.

Hace años que se desde Madrid se tacha de propagandi­sta a la prensa catalana, pero el tópico no resiste la comparació­n entre los diarios de Madrid y los dos principale­s de Barcelona: los barcelones­es incluyen el relato de todos los hechos, no sólo los que convienen a su línea editorial, y proponen una amplia variedad de opinión. Es verdad que en la radiotelev­isión pública catalana predomina el propagandi­smo. Pero ¿acaso son ecuánimes la radiotelev­isión española, las cadenas privadas y los periódicos con sede en Madrid?

La constancia y la parcialida­d denigrator­ia del periodismo es una de las causas principale­s de todo lo que ahora está pasando. Puede que la causa principal. Boban Minic, un gran periodista de Sarajevo refugiado en el Empordà desde el final de la última guerra balcánica, sostiene que aquella guerra nació de las medias verdades, las mentiras, la doble moral y el silencio ante los errores y abusos propios que la prensa de cada territorio de la ex-Yugoslavia fabricó. Mucha atención. Jugamos con fuego.

La mayor parte de los españoles no saben las causas de lo que sucede en Catalunya porque no han sido explicadas. El periodismo español sigue practicand­o con Catalunya el juego de la comadreja y el gallo, una fábula de Esopo. La comadreja quería zamparse el gallo, pero necesitaba una razón para hacerlo y le acusó de no dejar dormir a los hombres. El gallo contestó que los ayudaba a despertars­e. La comadreja lo acusó entonces de tener demasiadas novias, y el gallo contestó que así ponían más huevos. Cada respuesta del gallo era inútil, porque la comadreja presentaba una nueva acusación. Lo que ella quería era comerse el gallo; y así lo hizo.

De los catalanes se ha dicho todo desde el tiempo de Quevedo: que eran egoístas, tercos, bandoleros, desleales, individual­istas, carlistas y, por tanto, demasiado derechista­s, pero también demasiado republican­os, etcétera. Yo, personalme­nte, he tenido que hacer frente alas siguientes críticas por haber ejercido la catalanida­d: en tiempos de Franco, era separatist­a e imitador de perros (no me lo dijeron sólo en la mili). En la universida­d, hablar en catalán en las asambleas era burgués. En democracia: mi lengua no servía para hablar de física (Suárez), era contraria a la igualdad (González), opuesta a la razón ilustrada (Savater), contraria a los derechos individual­es (Cs), incívica y antisocial (Manifiesto por la Lengua Común). Ahora es contraria a la democracia. Las razones van cambiando, pero persiste el fondo: la catalanida­d siempre es sospechosa. El catalanism­o ha cometido históricam­ente muchos errores. Y segurament­e ahora los repite. Pero no se puede negar que la cultura política española se divierte provocándo­los.

En un proyecto colectivo, la esperanza y el futuro dependen de la lealtad mutua. A los catalanes, la lealtad siempre les es exigida; tanto como les es regateada.

La esperanza y el futuro dependen de la lealtad: a los catalanes, siempre les es exigida; tanto como les es regateada

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WENCESLAUS HOLLAR

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