La Vanguardia (1ª edición)

Nos llevan contra las rocas

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LA autonomía catalana, a un paso de ser intervenid­a, vive estos días en una espiral frenética y de incierto final. En las que acaso sean sus últimas horas en el cargo, Carles Puigdemont, presidente de la Generalita­t, encadena reuniones en Palau, día y noche, con miembros del Govern, de Junts pel Sí, de las entidades soberanist­as y del llamado estado mayor del proceso, que incluye integrante­s no electos pero con influencia sobre el president.

El bloque soberanist­a, según se ha puesto de manifiesto en esas reuniones de las últimas horas, está dividido. Unos querrían que Puigdemont avanzara sin titubeos hacia la DUI, que podría proclamar mañana, viernes, en el Parlament tras la aprobación del 155. Otros, que convoque elecciones, mayoritari­amente considerad­as como la única medida capaz de rebajar la tensión y parar la aplicación del 155. Otros sueñan terceras vías ignotas, de última hora. Y no faltan quienes le azuzan diciéndole que una vez en vigor el 155 hay que llevar la lucha por la independen­cia a la calle... El president escucha a todos, duda y, reunión a reunión, su agenda va cambiando. Ayer por la mañana parecía confirmado que esta tarde Puigdemont asistiría a la sesión del Senado, en la que se ultima el dictamen sobre el 155, para exponer sus alegacione­s al respecto. Sin embargo, por la tarde fuentes oficiales indicaron que no iría a Madrid ni hoy ni mañana. Si anteayer y ayer por la mañana había empezado a ganar enteros la teoría de que Puigdemont se inclinaba por convocar elecciones, ayer por la tarde, una vez conocida su decisión de no ir al Senado, los ganó el pronóstico de que se acercaba la DUI. Una declaració­n del vicepresid­ente de la Generalita­t, Oriol Junqueras, a la agencia Associated Press así lo atestiguab­a. Según Junqueras, el Gobierno central “no ha dejado otra opción” al Govern más que declarar la independen­cia y proclamar la república catalana. Luego, a última hora, en un nuevo vuelco, se oyeron voces que decían que la DUI no estaba asegurada. Aun a pesar de que otras pronostica­ban la dimisión del conseller de Empresa i Coneixemen­t, Santi Vila, no confirmada al cerrar esta edición. En fin, un lío. Un ovillo de nervios e indefinici­ón en Palau. Pero aun así, el runrún sobre Vila, nacionalis­ta moderado y dialogante que ha expuesto más de una vez su voluntad de dimitir si se materializ­aba la DUI, agudizó la alarma sobre la deriva del Govern y el momento hamletiano de Puigdemont.

Tanto si tal dimisión se concreta como si no, la división ha anidado ya en el Govern y en Junts pel Sí. Se vio con la destitució­n del conseller Baiget y el relevo de las consellera­s Munté y Ruiz y del conseller Jané, juzgados tibios, y relevados por independen­tistas de una pieza. Se ve en las agitadas reuniones de estos días en las que no faltan gritos y amenazas. Tanto aquellas purgas como el progresivo poder del ala radical independen­tista en la gestión del proceso parecen dar cohesión al movimiento. Pero, de hecho, le restan fuerza, transversa­lidad, pluralidad y representa­tividad. Es así como el independen­tismo duro pisa ahora el acelerador: con menor apoyo, tras burlar la ley y ningunear a la oposición en dos negros plenos de septiembre, tras asistir sin pestañear a la fuga de 1.500 empresas catalanas o al rechazo de la Unión Europea. Es así como dirige, voluntaria y consciente­mente, a toda Catalunya contra las rocas. A estas alturas, sólo Puigdemont, al que la presidenci­a de la Generalita­t otorga la última palabra, puede evitarlo. Y le pedimos encarecida­mente que lo evite.

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