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Los últimos pasos del Govern de la Generalitat a las puertas de la aplicación del artículo 155, y la decisión del flamante líder chino, Xi Jinping, de no nombrar un sucesor.
LA entronización de Xi Jinping ha sido completada por el Partido Comunista tras su congreso en Pekín, que ha renovado, asimismo, los órganos directivos. Los analistas coinciden en un dato relevante: no hay un sucesor designado, a tenor de la edad avanzada de los siete miembros del comité permanente del Politburó, lo que invita a concluir que Xi Jinping, de 64 años, prolongará su mandato más allá del 2022. Estos y otros detalles –como la equiparación de su pensamiento en la Constitución del PC con el de Mao Zedong y Deng Xiaoping– refuerzan el liderazgo indiscutible de Xi Jinping, cuya meta es que China alcance en el 2050 el estatus de superpotencia en todos los planos: económico, militar, medioambiental y en términos de bienestar social. El paso intermedio, para el 2025, es la erradicación de la pobreza.
Aunque tenga 89 millones de militantes, el PC sigue apostando por un liderazgo concentrado en pocas voces y muy disciplinado. Esa es la China del siglo XXI que anhelan, plural en lo económico y subordinada al partido único en lo político, con un nuevo emperador rojo en la línea de Mao Zedong y Deng Xiaoping, después de veinte años de liderazgos limitados a un máximo de diez en dos mandatos de cinco. El cheque en blanco otorgado a Xi Jinping, en el poder desde el 2012, supone regresar a la barra libre reservada a los dos grandes dirigentes citados, a los que sólo la muerte apartó del trono. Estos cinco años servirán a Xi Jinping para elegir a su posible sucesor y moldearlo entre el 2022 y 2027, sin ceder el poder y sus cargos principales.
Si bien el momento social y económico de China es bueno en términos de estabilidad y progreso, la complejidad de los retos aconseja la concentración de poder en manos de un único dirigente. Xi Jinping ha demostrado realismo económico, implicación en las relaciones internacionales y una interpretación realista del pragmático pacto no escrito entre las élites comunistas y el pueblo llano: aceptación del partido único a condición de prosperidad y de que la sociedad avance en lo material.
No estamos, sin embargo, ante un tecnócrata. Hijo de un pata negra de la revolución maoísta, Xi Jinping sufrió el destierro infligido a su familia durante la revolución cultural (1966-1976), de la que emergió con firmes convicciones en el PCCh. De ahí su insistencia en que la sociedad china adopte hábitos tradicionales y no dé la espalda a sus raíces. Hasta la fecha, Xi Jinping ha sido una voz responsable en el orden internacional, actitud muy apreciada por sus interlocutores en los grandes foros mundiales.