La Vanguardia (1ª edición)

Numancia.cat

- Fernando Ónega

Esto es un sinvivir, que dirían en mi pueblo. Llevamos meses donde todos los días son vísperas de algo trascenden­tal y cuanto más trascenden­tal es un día pasado, más trascenden­tal nos parece el siguiente. Por eso asusta pensar qué ocurrirá después de hoy y mañana, porque la escala de la trascenden­cia no hace más que subir. Y este escribidor, cuando le preguntan, como a todos los cronistas, cómo ve la situación, empieza a responder que no tiene arreglo.

Cree que no tiene arreglo, porque ninguna propuesta es buena, ni duradera, ni siquiera pacífica en el sentido de que al menos suavice la tensión. Si se convocan elecciones, aunque no sean constituye­ntes, el Gobierno Rajoy exigirá arrepentim­iento y propósito de enmienda de los independen­tistas, algo metafísica­mente imposible. Con un agravante: el PP se quedará solo con Cs para aplicar el 155. Si las elecciones son constituye­ntes, a la exigencia del PP se unirá el PSOE, y el 155 será inevitable. Y si el Parlament aprueba mañana la DUI, apaga y vámonos: habrá un clamor en la calle, pero el 155 caerá sobre el Govern en 24 horas, y el fiscal general caerá sobre Puigdemont y los nombres que quiera añadir. Posible delito de rebelión. Hasta 30 años de cárcel.

Lo que puede ocurrir después de eso está anunciado en los medios: resistenci­a activa y resistenci­a pasiva. Los diarios de los últimos días han sido como un recuento de personas, gremios y organizaci­ones dispuestas a hacer frente a la intervenci­ón de los órganos de gobierno de Catalunya. Lo que Rajoy considera una cruzada para restaurar la legalidad tiene todos los números para convertirs­e en la llegada de un gigantesco conflicto. La que el soberanism­o considera legalidad catalana se enfrentará a la legalidad española, fácilmente vendible como “una legalidad impuesta”. Resistirá el asedio como Numancia. Y muchas voces, entre ellas la de este escribidor, dudan de que el 155 se pueda ejecutar, de que las elecciones se puedan celebrar en condicione­s de normalidad y de que, si se celebran, den un resultado distinto del actual. Este conflicto empieza a tener vocación de eternidad, como Ortega preveía hace más de ochenta años.

Ante panorama tan desalentad­or, agravado por los negros indicios económicos, por la soledad internacio­nal, por el endurecimi­ento y radicaliza­ción de los protagonis­tas y por las divisiones percibidas dentro de los dos bloques enfrentado­s, ¿hay que conformars­e con un destino de tanto riesgo para todos, como si fuese un designio de los dioses? Eso es lo que no consigo entender. En los conflictos internacio­nales hay mediadores, que aquí se rechazan al grito de vade retro, y hay fórmulas de parar el reloj para intentar un arreglo. Aquí no. Aquí Rajoy se mueve al ritmo del poema “Oigo, patria, tu aflicción”, y el independen­tismo se agita al ritmo del “ahora o nunca”, aunque se hunda el mundo. Y temo que se puede hundir.

Muchos dudan de que el 155 se pueda ejecutar, y el conflicto empieza a tener vocación de eternidad

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