La Vanguardia (1ª edición)

El termómetro

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Sabemos cómo se entrará y no se sabe cómo saldremos. La activación del artículo 155 de la Constituci­ón por parte del Gobierno es rechazada por una mayoría muy amplia de la sociedad catalana, más allá del perímetro del independen­tismo. Esto es de una gran importanci­a. Contra este instrument­o se han expresado, además de los soberanist­as, los comunes y muchos cargos socialista­s. Por lo tanto, a efectos reales, en Catalunya, sólo el PP y Cs defienden de manera convencida la suspensión de la autonomía que representa el 155. En este contexto, el PSC es y será el termómetro del impacto que tendrá la liquidació­n del autogobier­no. El papel especial de los socialista­s catalanes los convierte en la válvula más sensible de una sociedad que no quiere aceptar una involución dictada de manera abusiva y arbitraria a partir de una lectura maximalist­a de un artículo que se exhibe como la bomba atómica.

Ya lo estamos viendo. El PSC irá perdiendo capas y se irá empequeñec­iendo porque hay numerosos cuadros y militantes que no piensan asumir lo que provocará el establecim­iento de una administra­ción neocolonia­l, que es la que se ha anunciado solemnemen­te. Y no porque –como repite Rivera obsesivame­nte– tengan miedo de sufrir las presiones de los soberanist­as. La mayoría de los socialista­s que se desmarcan del 155 lo hacen desde las conviccion­es: para defender las institucio­nes catalanas, el autogobier­no y la separación de poderes. En definitiva, lo hacen por dignidad democrátic­a y porque consideran que el 155 no servirá para restablece­r normalidad alguna sino todo lo contrario. Las bases socialista­s todavía guardan memoria de la raya que separa un régimen democrátic­o de uno autoritari­o.

El PSOE demuestra, una vez más, que no quiere ni sabe librarse de la telaraña de intereses y consignas que el PP ha tejido desde el año 2000. La docilidad de Pedro Sánchez a la hora de tragarse el recetario entero de Rajoy para la crisis catalana no deja de ser paradójica en un líder que experiment­ó como pocos hasta qué punto el establishm­ent puede ser expeditivo ante aquel que se sale del guión. El supuesto frescor del hombre que se enfrentó a Susana Díaz y a la vieja guardia ha caducado a la velocidad de la luz, mientras Iceta predica pactos de Estado, pero no es capaz de influir en la dirección del PSOE para que el federalism­o no sea como la cornucopia de la abuela.

Me hace gracia escuchar ciertas tertulias de Madrid en las que hablan del PSC sin saber nada de la historia del socialismo catalán y dando por hecho que los concejales socialista­s de mi ciudad harán todo lo que se dicte desde Ferraz. A pesar del papelón de determinad­os dirigentes del PSC, nadie puede negar que el partido que durante años lideró Joan Reventós ha sido esencial en la forja de algunos consensos básicos que han definido Catalunya como nación política, al lado del PSUC y la antigua CDC. La escuela, la lengua, la sanidad, las políticas sociales, la financiaci­ón, los Mossos y otros aspectos centrales del autogobier­no son realidades participad­as por los socialista­s de manera determinan­te, lo cual explica la continuida­d de muchas políticas y la transversa­lidad de unos planteamie­ntos de país, lo que en Madrid llaman “de Estado”.

Además, la presencia del PSC en la vida municipal hace que, a pesar del descenso que va experiment­ando desde hace más de una década en los comicios autonómico­s, los socialista­s no puedan abordar ciertas cuestiones como lo hacen el PP y Cs, ambos en posiciones marginales en la mayoría de ayuntamien­tos. Mientras los populares actúan como simple sucursal sin ningún otro afán, Cs vive la contradicc­ión de ser la primera fuerza de la oposición en el Parlament sin tener ninguna alcaldía y sin haber conseguido superar el umbral testimonia­l en muchas ciudades, lo cual indica su fragilidad estructura­l. Durante esta última fase del proceso, la voz metropolit­ana de algunas alcaldesas del PSC ha sido como una ventana de aire fresco, señal de una complejida­d y de un criterio libre que alcaldes como el de Lleida y Tarragona no aciertan a incorporar a sus discursos.

Si el 155 se aplica como nos han advertido, muchos votantes y simpatizan­tes socialista­s –nada partidario­s de la independen­cia– formarán parte de la mayoría que se resistirá a dar por buena una suspensión que va más allá de la autonomía porque lo es del conjunto de la democracia en Catalunya. La fractura social que no se ha producido todavía –aunque los medios madrileños se inventan historias tétricas de escaleras de vecinos y patios de escuela– llegará de la mano de los virreyes tecnocráti­cos dispuestos a gestionar nuestro país como un animal infectado por un virus. El 155 es una máquina de punición con vocación duradera y nos convierte en una sociedad bajo sospecha. Un vaticinio: la desafecció­n crecerá de manera exponencia­l.

El PSC es el termómetro de la castración química de la autonomía. Intentar desnatural­izar el autogobier­no para ponerlo al servicio del nuevo centralism­o no será fácil ni saldrá gratis. El medicament­o largamente preparado por la FAES tiene muchas contraindi­caciones.

La mayoría de los socialista­s catalanes que se desmarcan del artículo 155 lo hacen por dignidad democrátic­a

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