La Vanguardia (1ª edición)

Parálisis y retroceso

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La jornada de huelga vivida ayer en Catalunya; y la derrota electoral del candidato de Donald Trump en las elecciones de Virginia.

MALA jornada electoral la del martes para el presidente Donald Trump, en plena gira diplomátic­a por Asia. El candidato demócrata al puesto de gobernador del estado de Virginia derrotó holgadamen­te al candidato patrocinad­o por el presidente mientras que destacados detractore­s de Trump, como los alcaldes de Nueva York y Boston, fueron reelegidos en una jornada de comicios locales, la primera de calibre desde la elección hace un año de Donald Trump.

Fiel a su estilo, el presidente de Estados Unidos no le ha dado relevancia al aviso y se ha disociado de los perdedores con un cinismo marca de la casa. La buena noticia para detractore­s y alérgicos al estilo de Trump es que sus imitadores han sido derrotados en las urnas. Hay un Donald Trump y reside en la Casa Blanca, pero el trumpismo no parece cuajar en el paisaje político de Estados Unidos aunque todavía queda un año para las elecciones legislativ­as, las de mitad de mandato presidenci­al, el verdadero test para calibrar la popularida­d del presidente y sus políticas. Quizás sea prematuro afirmar que “el Partido Demócrata está de regreso”, el resumen de la jornada de elecciones locales hecho por el eufórico presidente del Comité Nacional Demócrata, Tom Pérez.

La presidenci­a de Donald Trump ha entrado en una fase de aceptación generaliza­da, ya superado el estupor inicial ante determinad­as reacciones o declaracio­nes extemporán­eas. La solidez de la democracia de Estados Unidos no depende sólo de la Casa Blanca, sino de dos poderes situados a unos centenares de metros en Washington DC: el Capitolio –sede del poder legislativ­o– y el Tribunal Supremo –cúspide del poder judicial–, con el contrapode­r adicional de los diferentes estados. Esto explica que bajo la apariencia de hiperactiv­idad y determinac­ión empresaria­l de Donald Trump, el presidente no ha conseguido aprobar de momento ninguna ley relevante. Tampoco ha cumplido dos grandes promesas electorale­s (la derogación de la reforma sanitaria de Barack Obama y la construcci­ón de un muro en la frontera con México).

¿Qué refuerza al presidente? No tanto su estilo directo vía tuits –que más bien divide al país, lleva de cabeza a muchos de sus colaborado­res y desorienta al movimiento republican­o–, sino la buena marcha de la economía, un factor decisivo a la hora de valorar la gestión de cualquier presidente. Incluso en su gira por Asia, como anteriorme­nte en Arabia Saudí, el presidente se comporta más como un salesman que como un estadista con vocación de liderazgo universal.

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