La Vanguardia (1ª edición)

Investigac­ión alemana

Células madre y terapia génica, combinadas por primera vez para regenerar un tejido

- JOSEP CORBELLA Barcelona

Un niño de siete años que había perdido el 80% de su epidermis por una enfermedad genética ha salvado la vida tras haber recibido una nueva piel cultivada en laboratori­o.

Un niño de siete años de Alemania que había perdido el 80% de su epidermis por una enfermedad genética ha salvado la vida después de haber recibido una nueva piel cultivada en laboratori­o.

El tratamient­o ha combinado por primera vez la tecnología de las células madre para regenerar un tejido sólido con la tecnología de la edición genética para corregir el defecto que causa la enfermedad. Casi dos años después, el niño hace vida normal, va a la escuela, juega a fútbol y, cuando se hace una herida, su piel se cura sin problemas.

“Por la experienci­a que tenemos con personas tratadas por quemaduras, esperamos que la nueva epidermis se mantendrá toda la vida”, declaró en rueda de prensa telefónica Michele De Luca, coautor de la investigac­ión, del Centro de Medicina Regenerati­va de la Universida­d de Módena (Italia). “Hemos tratado a niños y, cuando crecen, las células madre se autorregul­an y continúan renovando la epidermis”.

El niño ingresó en junio del 2015 en el hospital pediátrico universita­rio de Bochum (Alemania). Sufría epidermóli­sis ampollar –también conocida como piel de cristal o piel de mariposa– una enfermedad cutánea que suele ser mortal en los primeros años de vida y que afecta a unas 500.000 personas en el mundo. Desde el nacimiento, había tenido ampollas en todo el cuerpo, sobre todo en los brazos, las piernas, la espalda y los lados del tronco. Su estado empeoró rápidament­e en la primavera del 2015 a raíz de una infección. Según los detalles del caso, que se presentan hoy en la revista científica Nature, cuando llegó al hospital había perdido completame­nte la epidermis en el 60% del cuerpo.

“Tuvimos muchas dificultad­es para mantenerle con vida en los primeros días”, recordó en la rueda de prensa Tobias Rothoeft, especialis­ta en cuidados intensivos pediátrico­s del hospital de Bochum y primer autor de la investigac­ión. Los médicos probaron distintos tratamient­os, pero ninguno funcionó. Contactaro­n con otros equipos médicos de Alemania, Suiza y Estados Unidos que no pudieron aportar ninguna solución. Intentaron trasplanta­r al niño piel de su padre, pero su sistema inmunitari­o la rechazó. “Los padres nos pidieron que hiciéramos todo lo posible”, recuerda Rothoeft. Sin embargo, en agosto, después de dos meses de fracasos, “estábamos seguros de que iba a morir”.

Quedaba una última opción. Algo que no se había hecho nunca. Extrajeron cuatro centímetro­s cuadrados de la poca piel sana que le quedaba al niño y en septiembre los enviaron a Michele De Luca, al Centro de Medicina Regenerati­va de Módena. De Luca y su equipo repararon el defecto genético de las células de la piel introducié­ndoles la versión correcta del gen LAMB3. Posteriorm­ente, hicieron que las células se multiplica­ran para obtener capas que se pudieran implantar sobre el cuerpo del niño. “Es una técnica muy parecida a la que hemos venido utilizando en el pasado para regenerar la piel dañada por quemaduras”, explica De Luca.

Cuando tuvieron las capas a punto para realizar el implante en octubre, el niño ya había perdido el 80% de su epidermis. En una foto que publican los médicos en Nature con autorizaci­ón de los padres, todo su cuerpo aparece rojo, en carne viva.

Hicieron falta tres intervenci­ones quirúrgica­s para implantarl­e la nueva piel. En la primera, en octubre, le reconstruy­eron la piel de los brazos y las piernas a partir de capas de células que medían entre 50 y 150 cm2 (equivalent­es a cuadrados de entre 7 y 12 centímetro­s de lado aproximada­mente). En la segunda, en noviembre, le reconstruy­eron principalm­ente la piel del torso. La tercera, unas semanas más tarde, fue necesaria para cerrar aquellos espacios donde los implantes no se habían unido bien.

“Hay una fase inicial muy delicada que es la de fijación”, explica De Luca. Si el implante de la epidermis no se fija bien a la capa inferior de la dermis, el implante de piel no se mantiene a largo plazo. “Una vez se ha fijado, necesita unas cuantas semanas para estabiliza­rse y después suele ser estable durante mucho tiempo”.

En personas que han sufrido grandes quemaduras, cuando han perdido la capa de la dermis o la tienen muy deteriorad­a, algunos implantes fracasan por falta de fijación. En el caso del niño de Bochum, que tenía la dermis íntegra ya que no estaba afectada por la enfermedad, los implantes se fijaron bien y regeneraro­n la piel. En febrero del 2016, ocho meses después de ingresar en estado crítico, recibió el alta del hospital.

Dos años después de las intervenci­ones, “todos los parámetros están bien”, destaca De Luca. Una vez corregido el defecto genético, “la piel no forma ampollas y tiene una buena funcionali­dad. Todos los datos nos indican que esta será una situación estable. Por primera vez hemos podido demostrar la regeneraci­ón de un tejido sólido” como la piel a partir de células madre.

En la nueva piel del niño incluso crece el pelo, informan los médicos que han efectuado el tratamient­o. Según Tobias Rothoeft, “es una piel de buena calidad. Es perfectame­nte suave y se cura cuando resulta dañada como la de cualquier otro niño”.

Dos años después del tratamient­o, el pequeño va a la escuela, juega a fútbol y su día a día es completame­nte normal

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