Objetivo: paralizar el país
CATALUNYA vivió ayer otra jornada de huelga general, convocada por el sindicato minoritario Intersindical-CSC, y respaldada por la CUP, ERC y las entidades soberanistas Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural. Los objetivos de unos y otros eran dispares. La CSC pretendía denunciar la precariedad motivada por las sucesivas reformas laborales y protestar contra el decreto del Gobierno que, en su opinión, propició el traslado de sedes empresariales fuera de Catalunya. Los partidos y entidades soberanistas que secundaron este paro, convocado tan sólo un día después de la entrada en prisión preventiva de ocho miembros del depuesto Govern de la Generalitat, lo hicieron en defensa de la república catalana y en protesta por los encarcelamientos, tanto los ya mencionados como los de los líderes de la ANC y de Òmnium. Unos y otros llegaron a la conclusión de que lo mejor que podían hacer en pos de sus intereses y los de su país era paralizar Catalunya.
La huelga tuvo un seguimiento desigual. No la secundaron ni los partidos constitucionalistas ni los sindicatos mayoritarios ni el grueso del transporte público, aunque sí se siguió en el ámbito de la enseñanza. Pero el método operativo elegido por los huelguistas –cortes de carreteras, ocupación de estaciones de tren (como las del AVE en Girona o en Barcelona-Sants)– tuvo consecuencias serias, pese al limitado éxito de la jornada. El ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, lo resumió certeramente al indicar que “el seguimiento ha sido mínimo, pero el daño, máximo”.
Es un hecho que la justicia actuó con criterios rigoristas al dictar prisión preventiva para los miembros del Govern destituido. También lo es que en la jornada del 1-O la policía se empleó con violencia excesiva. Ambos hechos han dado argumentos a los huelguistas de ayer, cuyo derecho de expresión y de huelga queda fuera de discusión. Dicho esto, es nuestro deber recordar que este tipo de huelgas –la de ayer más bien pareció un boicot político a la actividad laboral que un paro al uso– tienen un elevado precio, que no pagarán únicamente las entidades contra las que se convoca, sino el conjunto de los ciudadanos. Algunos lo pagaron ayer al verse bloqueados y perder tiempo y recursos. Pero seremos todos los que acabaremos pagándolo, en mayor o menor medida. La fuga de los grandes bancos catalanes y de las principales empresas no es un hecho inocuo ni que se agote en sí mismo. Hemos advertido ya en otras ocasiones que la inversión extranjera se está retrayendo, también el consumo interior, mientras cae en picado la imagen de Catalunya. La consecuencia de todo ello no puede ser sino un enfriamiento de la economía y, como consecuencia, probablemente una pérdida de empleos.
Catalunya lleva tiempo jugando con fuego. El anhelo independentista alentó alianzas contra natura de partidos burgueses o menestrales con formaciones antisistema. Estas últimas han llevado a su terreno a los primeros, imponiéndoles estrategias, sistemas de acción y, de facto, parte de su programa revolucionario. El resultado de esta deriva, a corto plazo, es que la huelga de ayer produjo una importante afectación sobre el conjunto de los ciudadanos que no se corresponde, para nada, con su seguimiento real. El resultado a medio y largo plazo, en particular si se sigue por este camino, puede ser mucho más gravoso para el conjunto del país.