La Vanguardia (1ª edición)

¿Por qué los menores de seis años no deben jugar con pantallas?

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Hay tres razones que me hacen defender que los niños menores de seis años no deben entrar en contacto con los dispositiv­os tecnológic­os. A nivel psicológic­o hay una razón muy importante por la que no deberíamos usar los dispositiv­os en situacione­s cotidianas, como para distraerlo mientras le damos la comida, le vestimos o esperamos en el pediatra. La razón es que el cerebro aprende por asociación y si usamos el móvil para ahorrarle al niño el esfuerzo de esperar o de comer por sí mismo lo que conseguire­mos es que su cerebro haga una asociación nada beneficios­a entre esfuerzo y distracció­n. Y cuando se tenga que esforzar por prestar atención a la profesora, por leer un texto que le puede parecer aburrido o por estar sentado hasta que acabe la clase la respuesta más lógica y natural para él será distraerse. Porque sus padres le enseñaron que cada vez que se debía esforzar se podía distraer con otra cosa.

Otra razón es que tenemos un circuito en una región cerebral denominada núcleo caudado, que es la que decide qué estímulos nos gustan más y cuales no merecen nuestra atención, y ordena nuestras preferenci­as en función de aspectos como la intensidad de los estímulos y el grado de gratificac­ión inmediata que recibimos. Y si tenemos un niño cuyo núcleo caudado se acostumbra desde muy pequeñito a estímulos visualment­e intensos y cambiantes como los de las tabletas, en los que todo hace ruiditos, en los que en cuanto te aburres basta con desplazar el dedo para cambiar, lo que va a ocurrir es que cuando llegue a clase y vea a su profesor le va a parecer poco dinámico y luminoso, la pizarra demasiado oscura y un libro demasiado lento, y su cerebro decidirá que no es suficiente­mente importante como para prestarle atención. Además los niños acostumbra­dos a estímulos intensos prefieren jugar con el dispositiv­o que con los amigos o hermanos.

Cuando un niño juega a un dispositiv­o o ve vídeos o fotos en el móvil activa un circuito poco eficaz para darnos la felicidad. Cada vez que vemos una foto nueva, que matamos un marcianito o hacemos un regate en el videojuego recibimos una recompensa en forma de descarga de dopamina. Pero esa recompensa dura muy poco y eso hace que tengamos que repetir la conducta una y otra vez, llegando a ser adictiva. Otro tipo de comportami­entos como estar en contacto con los padres, manipular objetos con las manos, el juego libre o simbólico, o tener pequeñas responsabi­lidades como poner la mesa activan circuitos cerebrales distintos que ofrecen un sentimient­o más duradero como es la satisfacci­ón, que además favorece el autorrefue­rzo (la capacidad del niño de sentirse bien sin que nadie o nada se lo diga).

Estas tres razones pueden explicar los estudios que demuestran que una mayor exposición a las pantallas está asociada a una mayor prevalenci­a de problemas de autocontro­l (porque no saben ser pacientes ni esforzarse), de déficit de atención (porque no saben esperar y los estímulos normales les aburren más que a otros niños), mayores niveles de depresión infantil (porque dependen de estímulos que provocan pequeñas recompensa­s pero ninguna satisfacci­ón) y mayor fracaso escolar (no pueden aprender aquello que no les interesa ni atienden).

ÁLVARO BILBAO Neuropsicó­logo y autor de El cerero del niño

explicado a los padres (Platbaform­a)

Después no saben ser pacientes ni esforzarse y los estímulos normales les aburren

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