“LAS PERSONAS QUIEREN PARTICIPAR EN LA TOMA DE DECISIONES”
El congreso apuesta por empoderar a las ciudades para empoderar a la sociedad.
El municipalismo es el grado de decisión que está más cerca de la gente. Los Estados y las grandes regiones toman decisiones macro, mientras que las ciudades, o los municipios, toman decisiones micro. Si las decisiones importantes se toman en este ámbito, el ciudadano puede influir mucho más en lo que está pasando, en las cosas que afectan a su vida. Y estamos viendo que la gente quiere participar en el proceso de toma de decisiones, en el ámbito local, en el barrio... Cada vez hay más movimiento.
¿Pero una ciudad empoderada no es, en cierto modo, un contrapoder al Estado?
Es una evidencia. Y hay ejemplos prácticos. En EE. UU., ninguna ciudad de más de un millón de habitantes votó a Trump. En Inglaterra, ganó el Brexit y, sin embargo, Londres, de manera masiva, votó en contra. Creo que empieza a darse un cierto contrapoder: el poder de las ciudades contra el poder político de los Estados. Y, de hecho, si se analizan algunas declaraciones de alcaldes de grandes ciudades –Londres, París, Barcelona o Madrid–, ya existe cierta voluntad de contrapeso.
La población del planeta es cada vez más urbana. Eso se acabará notando.
Tokio tendrá 40 millones de habitantes. Su peso político será brutal. No sé hasta qué punto puede acabar siendo incluso más grande que el del propio gobierno japonés. En la Conferencia de las Partes [el órgano supremo de la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático], las ciudades tienen cada vez más peso. Es muy probable que, tarde o temprano, recuperemos el término de ciudad-estado.
Para lograr el empoderamiento, abogan por fomentar la participación activa, la reflexión crítica, la concienciación... ¿Todo esto no suena más a humanismo que a tecnología smart?
Aunque el concepto de ciudad inteligente conlleva mucha tecnología, en este caso no es lo principal. Se trata ver cómo acercamos la capacidad de decisión al ciudadano en aquellas cosas que cambian su vida en el día a día. Es lo que llamamos el approach bottom-up –de abajo arriba–, en vez de top-down –de arriba abajo–. La tecnología aquí es sólo un facilitador, una herramienta. Nosotros, como ciudadanos, somos cada vez más exigentes y utilizamos herramientas que nos permiten vivir mejor. Y, consciente o inconscientemente, obligamos a que, al menos en un primer estadio, las ciudades se adapten a ello.
¿De verdad este cambio de mentalidad se está produciendo de abajo arriba?
Hay un mix. Es cierto que la crisis favoreció cambios top-down. Era necesario que las administraciones fuesen más eficientes, porque seguían teniendo exigencias pero no disponían de los mismos recursos. De todos modos, aunque no hubiese existido ese approach top-down, desde abajo les habríamos obligado a cambiar. Si cada día utilizas más el móvil, al final obligas a la administración a adaptarse. Si existen nuevas tecnologías es normal que la administración las acabe utilizando.
¿Hay perfiles de ciudades más propensas a abrazar la filosofía smart?
No hay perfiles. Todos los partidos políticos han desarrollado proyectos smart. Es lógico que unos prioricen los resultados sociales y otros los de otro tipo. Pero todos están representados. Y, en cuanto al tamaño de la población, tampoco. El único condicionante es que, en función de la capacidad de compra, puedes ir solo o tienes que agruparte. Las diputaciones están ayudando a que los pueblos pequeños se agrupen para hacer compras innovadoras. Y también hay pueblos pequeños que están innovando dentro de sus posibilidades.
Hay quien dice que las smart cities no son más que una estrategia de marketing de productos y servicios; que no responden a una necesidad social real.
Antes se decía que el concepto smart venía promovido por las corporaciones. Y era cierto: al principio, de smart cities sólo hablaban empresas como IBM. Pero esto ha cambiado: el liderazgo en el ámbito smart lo tienen las ciudades, que luego recurren a las empresas para que les aporten soluciones. Y ese cambio se ha dado porque los ciudadanos lo han provocado. Evitar el tema smart es casi ludita. Es normal que la tecnología sirva para apoyar. El que esté en contra de que su ciudad sea smart o está en contra de la tecnología o le gusta vivir en tiempos pasados. Es algo obsoleto.
El gobierno de Trias abrazó la terminología smart. Con Colau se optó por la ciudad digital. ¿Ha habido cambios más allá de la terminología?
Nunca hemos tenido tanta participación del Ayuntamiento de Barcelona como la que tenemos ahora: en su estand hacen sesiones constantes, traen empresas del ecosistema de Barcelona Activa para exponer sus soluciones... El compromiso es enorme.
Algunas grandes ciudades ya demuestran cierta voluntad de contrapeso al Estado; es probable que volvamos a hablar de ciudades-estado”