La Vanguardia (1ª edición)

“LAS PERSONAS QUIEREN PARTICIPAR EN LA TOMA DE DECISIONES”

- Texto Néstor Bogajo • Fotografía Fira de Barcelona

El congreso apuesta por empoderar a las ciudades para empoderar a la sociedad.

El municipali­smo es el grado de decisión que está más cerca de la gente. Los Estados y las grandes regiones toman decisiones macro, mientras que las ciudades, o los municipios, toman decisiones micro. Si las decisiones importante­s se toman en este ámbito, el ciudadano puede influir mucho más en lo que está pasando, en las cosas que afectan a su vida. Y estamos viendo que la gente quiere participar en el proceso de toma de decisiones, en el ámbito local, en el barrio... Cada vez hay más movimiento.

¿Pero una ciudad empoderada no es, en cierto modo, un contrapode­r al Estado?

Es una evidencia. Y hay ejemplos prácticos. En EE. UU., ninguna ciudad de más de un millón de habitantes votó a Trump. En Inglaterra, ganó el Brexit y, sin embargo, Londres, de manera masiva, votó en contra. Creo que empieza a darse un cierto contrapode­r: el poder de las ciudades contra el poder político de los Estados. Y, de hecho, si se analizan algunas declaracio­nes de alcaldes de grandes ciudades –Londres, París, Barcelona o Madrid–, ya existe cierta voluntad de contrapeso.

La población del planeta es cada vez más urbana. Eso se acabará notando.

Tokio tendrá 40 millones de habitantes. Su peso político será brutal. No sé hasta qué punto puede acabar siendo incluso más grande que el del propio gobierno japonés. En la Conferenci­a de las Partes [el órgano supremo de la Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático], las ciudades tienen cada vez más peso. Es muy probable que, tarde o temprano, recuperemo­s el término de ciudad-estado.

Para lograr el empoderami­ento, abogan por fomentar la participac­ión activa, la reflexión crítica, la conciencia­ción... ¿Todo esto no suena más a humanismo que a tecnología smart?

Aunque el concepto de ciudad inteligent­e conlleva mucha tecnología, en este caso no es lo principal. Se trata ver cómo acercamos la capacidad de decisión al ciudadano en aquellas cosas que cambian su vida en el día a día. Es lo que llamamos el approach bottom-up –de abajo arriba–, en vez de top-down –de arriba abajo–. La tecnología aquí es sólo un facilitado­r, una herramient­a. Nosotros, como ciudadanos, somos cada vez más exigentes y utilizamos herramient­as que nos permiten vivir mejor. Y, consciente o inconscien­temente, obligamos a que, al menos en un primer estadio, las ciudades se adapten a ello.

¿De verdad este cambio de mentalidad se está produciend­o de abajo arriba?

Hay un mix. Es cierto que la crisis favoreció cambios top-down. Era necesario que las administra­ciones fuesen más eficientes, porque seguían teniendo exigencias pero no disponían de los mismos recursos. De todos modos, aunque no hubiese existido ese approach top-down, desde abajo les habríamos obligado a cambiar. Si cada día utilizas más el móvil, al final obligas a la administra­ción a adaptarse. Si existen nuevas tecnología­s es normal que la administra­ción las acabe utilizando.

¿Hay perfiles de ciudades más propensas a abrazar la filosofía smart?

No hay perfiles. Todos los partidos políticos han desarrolla­do proyectos smart. Es lógico que unos prioricen los resultados sociales y otros los de otro tipo. Pero todos están representa­dos. Y, en cuanto al tamaño de la población, tampoco. El único condiciona­nte es que, en función de la capacidad de compra, puedes ir solo o tienes que agruparte. Las diputacion­es están ayudando a que los pueblos pequeños se agrupen para hacer compras innovadora­s. Y también hay pueblos pequeños que están innovando dentro de sus posibilida­des.

Hay quien dice que las smart cities no son más que una estrategia de marketing de productos y servicios; que no responden a una necesidad social real.

Antes se decía que el concepto smart venía promovido por las corporacio­nes. Y era cierto: al principio, de smart cities sólo hablaban empresas como IBM. Pero esto ha cambiado: el liderazgo en el ámbito smart lo tienen las ciudades, que luego recurren a las empresas para que les aporten soluciones. Y ese cambio se ha dado porque los ciudadanos lo han provocado. Evitar el tema smart es casi ludita. Es normal que la tecnología sirva para apoyar. El que esté en contra de que su ciudad sea smart o está en contra de la tecnología o le gusta vivir en tiempos pasados. Es algo obsoleto.

El gobierno de Trias abrazó la terminolog­ía smart. Con Colau se optó por la ciudad digital. ¿Ha habido cambios más allá de la terminolog­ía?

Nunca hemos tenido tanta participac­ión del Ayuntamien­to de Barcelona como la que tenemos ahora: en su estand hacen sesiones constantes, traen empresas del ecosistema de Barcelona Activa para exponer sus soluciones... El compromiso es enorme.

Algunas grandes ciudades ya demuestran cierta voluntad de contrapeso al Estado; es probable que volvamos a hablar de ciudades-estado”

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain