El veneno de Juncker
Como éramos pocos, pues nada, lo de la abuela…, en formato señor de Luxemburgo, bien apoltronado en su atalaya de poder, predicando contra el “veneno” del nacionalismo a cuento del lío catalán. La prédica se ha hecho en un lugar curiosamente adecuado, la Universidad de Salamanca, donde al ínclito lo han nombrado doctor honoris causa, felizmente pertrechado por el presidente Rajoy y los ministros Dastis y Méndez de Vigo. Y es así como la voz de Europa ha retumbado en las sufridas orejas catalanas, que añaden, a las porras policiales y a las judiciales, las porras dialécticas. Lo dicho, éramos pocos y parió Juncker.
Por supuesto, el presidente de la Comisión Europea tiene el derecho a decir lo que quiera, y más en la cuestión catalana, que se ha convertido en la cuestión europea. Pero el resto de mortales también tenemos el derecho de sonrojarnos ante su sonora hipocresía. Veamos. Se trata del señor Juncker, líder político de un país de 550.000 habitantes que, durante su mandato, protagonizó el famoso Luxembourg Leaks, según el cual 340 multinacionales pactaron con el ducado pagos fiscales inferiores al 1% para reducir su factura fiscal en otros países europeos. Los acuerdos eran adecuadamente secretos y sirvieron para que las multinacionales se ahorraran millones de euros en impuestos. Algo así como un paraíso fiscal caribeño, pero sin mar y con frío. Y todo pasó cuando Juncker era primer ministro. ¿Será que lo de la evasión, el trampeo y las martingalas fiscales no son un veneno para las democracias y para el pueblo? Será que no, total Luxemburgo tiene la renta per cápita más alta de Europa y triplica la media. No deben necesitar sanidad pública y esas baratijas.
Pero hay más. Luxemburgo fue un ducado recibido en herencia por Carlos V, pasado a Felipe II y que permaneció en manos de la corona española hasta…, tachán…, 1714, cuando el tratado de Rastatt (ligado al tratado de Utrecht) lo ubicó con los Austrias. Es decir, Catalunya y Luxemburgo estuvieron en el mismo paquete de la guerra de Sucesión, ellos con más suerte que nosotros y sin la densa historia política de siglos de Catalunya. Todo sumado y resumiendo, resulta que el ex primer ministro de un paisito de medio millón de personas, independiente casi de casualidad, felizmente asentado en una colección de entidades bancarias –que deben de estar ahí para hacer caridad–, y con sus martingalas fiscales en ciernes, espeta, al lado de tres exponentes del nacionalismo español más acérrimo, que el nacionalismo es un veneno y nos mira a nosotros. ¡Vaya bemoles! Por el camino, olvida la historia, las causas, las represiones, el origen del conflicto y, sobre todo, el ADN cívico del nacionalismo catalán, y niega toda culpa al nacionalismo español. Es decir, ¡Viva España, la paella y el flamenco! Es la Europa del poder, el cheque y el puro, tan llena de vergüenzas como falta de consciencia.
¿Será que lo de la evasión y el resto de martingalas fiscales no son un veneno para las democracias?