Una pausa
Por ahora: un otoño sin setas. Horas, días, semanas y meses amontonando angustias y muchas perplejidades. Preguntas al vacío. Unas van y otras vuelven. La atmósfera, cada vez más tóxica. Enrarecida y bronca. Toda una sociedad presa de los ansiolíticos y merodeando el colapso. Pidiendo turno para echarse al diván. Cabreada. Ducha escocesa en cada noticiario. La red a punto de condicionarlo todo… Y pronto llegará la gripe. ¿Habrá epidemia? Sólo faltaría, estamos ya muy sacudidos y nos podría coger sin defensas. ¿Encontraremos la salida para tanta bipolaridad ambiental? ¿Lo dejaremos todo en manos de las próximas generaciones? Quizá sí, a cierta edad, cuando uno se pone a pensar se da cuenta de que ya es tarde para casi todo. A estas alturas nos convendría algo confortable, un complejo vitamínico para el espíritu maltratado. Un bálsamo, no sé; una pausa entre tanta sobreexcitación emocional y de la otra. Salir de la centrifugadora. Por ejemplo observar a los niños. Observarlos es, de alguna manera, congraciarse con el género humano. Ante la presencia de un crío el adulto siente una brisa fresca, de emoción y gratitud. De secreto, misterio y tiempo. Serenidad. Los alfileres circulando por la sangre. Imágenes fugaces y astronómicas que nos hablan del origen de todo. La rueda del tiempo. Fascinante: más que los ojos su mirada. El blanco esclerótico nuevo, recién estrenado, perlino, atento. Y ante esa mirada, el mundo abierto, como acabado de organizar y ofreciéndose a un recién llegado. Ovillado sobre sí mismo, el niño vive sorprendido, ignora aún la brevedad de su condición y se enreda en la magia de cada objeto, voz, color, ruido o panorama… estímulos que aún no puede elaborar. Abierto le espera el mapa acuarelado de su futuro. Azul, verde, ocre, amarillo. Su gesto, su vaho amniótico, su olor: poesía efímera relajante, hipnótica, terapéutica… justo lo que ahora precisamos. La serenidad de la pausa.
Con el tiempo todos llegamos a sentir nostalgia de nuestra propia vida. Y más aún, recordando aquel niño de un pasado que ya se ha esfumado. La textura de aquellas noches, de aquellos días: un sueño sin detalles… Estos niños y niñas que ahora contemplamos ¿podrán algún día encontrar, en nuestro legado, una nueva posibilidad de mirar, vivir y de existir mejor? ¡Ay! Pesimistas abstenerse. Fin de la pausa.