Murillo, la otra cara del pintor de ángeles
Autor: Wajdi Mouawad Dirección: Mario Gas Intérpretes: Núria Espert, Laia Marull, Ramón Barea, Álex García, Alberto Iglesias, Candela Serrat, Lucía Barrado y Germán Torres Lugar y fecha: Teatro Goya (8/XI/2017). Hasta el 26/XI
De nuevo Incendios, la conmovedora epopeya familiar de Wajdi Mouawad, el autor canadiense que ha hecho de sus traumáticas raíces libanesas incandescente material dramático. Ardor trágico inflamado de flamígera retórica que transforma el dolor (abisal, épico, lacerante, tortuoso, ancestral) en poesía escénica. Mario Gas –a partir de la telúrica traducción de Eladio de Pablo– prefiere un vuelo más a ras de suelo para un texto que tiene alas para elevarse a mito, como había probado con éxito Oriol Broggi en sus dos montajes.
Una puesta en escena austera, presidida por un monolito que Álvaro Luna transforma con sus proyecciones en vía dolorosa de unos hermanos gemelos en búsqueda de la verdad revelada sobre sus orígenes, guiados por la férrea voluntad de expiación de una madre que guarda en su biografía la tragedia de la guerra civil del Líbano. Un espacio “vacío” cedido por entero al trabajo de actrices y actores. Regalo devuelto con desigual acierto, en parte por cierta tendencia del director a crear tipos fácilmente reconocibles de unos personajes que están al límite del realismo. Ambigüedad que Gas acaba por reconocer en la composición que cierra el espectáculo y que reúne bajo un mismo frágil techo protector a vivos y muertos.
Ejercicio de identificación inmediata que puede conducir, llevado al extremo, a la caricatura, como ocurre con el guía turístico mutado en dibujo de los Simpson. En general, los guías de la revelación que orbitan alrededor de los protagonistas pecan de diferentes grados de simplificación de sus retratos. Por fortuna no ocurre lo mismo con los personajes centrales. O no con todos: Candela Serrat y Álex García (los gemelos) parecen tener una relación distante con sus papeles, incluso cuando se ven desbordados por la emoción. Dos cuerpos que por actitud y composición parecen separados del enorme dolor que se les viene encima como un tifón.
Mucho más convincente Laia Marull en la encarnación joven de la madre –nudo dramático de Incendios–, incluso como sombra de lo que será; o Ramón Barea cuando se viste con el humanísimo terno del notario. En realidad, la única que parece expresar en su compleja totalidad el profundo aliento trágico del texto es Núria Espert. Cada una de sus apariciones es asomarse al averno. Rostro de Némesis para unos ojos que lo han visto todo y una boca que es silencio, rabia, perdón, amor y sed de justicia. Ella sola expresa con su impresionante presencia y sabiduría interpretativa todo el horror contenido en la historia de una mujer.