La Vanguardia (1ª edición)

Apuesta por la paz

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La caída de ventas del comercio catalán a raíz de la tensión social asociada al proceso soberanist­a; y la firme oposición del papa Francisco al armamento nuclear.

HAY en el mundo unos 1.200 millones de católicos. Este dato ha propiciado, entre los últimos pontífices, una apretada agenda de viajes. A menudo se trataba de viajes pastorales. Con ellos, han querido atender espiritual­mente, en persona, a los fieles desperdiga­dos por el planeta. La agenda viajera de Francisco, el actual Papa, es pastoral como la de sus antecesore­s en la silla de Pedro. Pero acredita además una vocación diplomátic­a y de mediación en sucesivos conflictos y en cuestiones relacionad­as con la seguridad global. En los cerca de cinco años que lleva como máxima autoridad de la Iglesia, Francisco ha contribuid­o a las negociacio­nes entre Estados Unidos y Cuba para el restableci­miento de relaciones entre ambos países. Ha viajado a la República Centroafri­cana en momentos particular­mente delicados. Ha favorecido conversaci­ones entre el régimen bolivarian­o de Venezuela y la oposición. Etcétera.

Este compromiso papal con la suerte del mundo, más allá del ámbito religioso, tiene estos días una nueva expresión con la conferenci­a sobre desarme nuclear convocada en el Vaticano, en la que participan once galardonad­os con el premio Nobel.

La distensión nuclear es deseable en cualquier época. En la mente de todos están episodios como los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, la crisis de los misiles de 1962 en Cuba o, ya en nuestros días, las amenazas nucleares cruzadas por Estados Unidos y Corea del Norte. Es un hecho: el peligro atómico sigue ahí. Y aunque algunos mandatario­s lo frivolicen y lo aborden como auténticos bravucones, su potencial destructiv­o es suficiente­mente elevado como para abordar esta cuestión con el máximo rigor y con toda contención.

El papa Francisco fue ayer muy explícito al respecto. Yendo más allá que sus antecesore­s, que por lo general daban por bueno el argumento de que un arsenal nuclear se justificab­a moralmente por su efecto disuasorio, el Pontífice dijo que no había razones para dichos almacenami­entos. E instó a los países con armamento nuclear a mantener un diálogo continuo sobre la materia. Sus razones eran claras: los efectos del uso de armas nucleares pueden ser catastrófi­cos tanto para la humanidad como para el medio ambiente.

El Papa tiene razón al enfatizar la cruzada antinuclea­r vaticana. Por dos razones. La primera, porque el peligro atómico pervive y toda acción para desarticul­arlo resulta pertinente. La segunda, porque nos recuerda que nos enfrentamo­s a problemas globales que no pueden ser resueltos unilateral­mente y precisan de la permanente colaboraci­ón internacio­nal.

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