Suníes contra chiíes
El jeque Nasralah culpa a los saudíes de incitar a Israel a atacar a su milicia
El jeque de Hizbolah, Hasan Nasralah, califica “la detención” del político libanés Saad Hariri en Arabia Saudí como “una declaración de guerra al Líbano”.
Inquietud tras el llamamiento a dejar Líbano lanzado por Arabia Saudí o Kuwait a sus ciudadanos
El jeque de Hizbulah, Hasan Nasralah, calificó ayer “la detención” de Saad al Hariri en Arabia Saudí como “una declaración de guerra a Líbano”. Nasralah llegó a acusar a Riad de azuzar a Israel para que bombardee el país, añadiendo que su milicia chií –apoyada por Irán– está preparada para todo. Cabe recordar que el primer ministro libanés, Al Hariri, presentó el sábado su dimisión en la capital saudí bajo presión.
El propio presidente de Líbano, Michel Aun, se niega a aceptar su renuncia y exige su retorno. También Estados Unidos considera que Al Hariri debería regresar para formalizar su dimisión, al tiempo que critica a aquellos que quieren proyectar a Líbano su confrontación, en alusión a Irán y Arabia Saudí. Hasta el Ministerio de Exteriores de Francia parece ser que ha pedido “libertad total de movimiento” para Al Hariri, insinuando así que carece de ella. Algo significativo, horas después de la entrevista relámpago en Riad entre Emmanuel Macron y el príncipe heredero, Mohamed bin Salman.
El flanco libanés ha quedado pues muy tocado por el golpe palaciego con el que este último ha puesto a Arabia Saudí patas arriba y a Oriente Medio en vilo. Una sacudida que cumple una semana, sin que se hayan despejado muchas de sus incógnitas. Dada la promiscuidad entre dinero y política en el reino de los Saud, aún es pronto para decir cuál de los dos factores pesa más.
Cabe decir que Saad al Hariri no sólo heredó la preeminencia política de su padre –asesinado en el 2005 y tan amigo de los saudíes como de Jacques Chirac–, sino también el imperio económico –ahora en horas bajas– en que se asienta su poder: el holding Saudi Oger, con sede en Riad, donde nació: tiene doble nacionalidad.
Tanto es así que dos de los focos de atención de esta crisis, el hotel Ritz Carlton –reconvertido en cárcel de postín– y el perímetro del aeropuerto internacional de Riad, fueron levantados por los Hariri. En cuanto a contratos de palacio, Saudi Oger sólo iba a la zaga de la firma de la familia de Osama Bin Laden. Aunque según parece ha paralizado su actividad constructora hace tres meses, transfiriéndola a subcontratas y dejando en la calle a muchos trabajadores –entre ellos miles de filipinos atrapados–. Sin embargo, el imperio de los Hariri tiene otras ramas florecientes, como el control mayoritario de Türk Telekom.
Lo cierto es que el saqueo de los recursos de la península Arábiga, sencillamente, no puede continuar como si no pasara nada, porque el descontrol del déficit público –de más del 12% del PIB– ya no lo permite, en un contexto de petróleo barato. El frenazo a varios proyectos estatales está detrás de los apuros económicos del holding de Al Hariri, que hace un año ya buscaba la reestructuración de tres mil millones de euros de deuda con bancos saudíes. El ascendente saudí sobre Al Hariri no es apenas político.
La situación es tan confusa como inflamable. Y para añadir leña a las especulaciones, Arabia Saudí, Kuwait, y Emiratos Árabes Unidos han hecho un llamamiento a sus ciudadanos para que abandonen Líbano, lo que no lleva a esperar nada bueno.
En medio del desconcierto, un oficial del ejército del aire de Estados Unidos en Qatar ha arrojado algo de luz, al confirmar que los restos del misil yemení interceptado el sábado sobre el aeropuerto de Riad delatan su origen iraní. También es conocido el origen –británico– de las toneladas de bombas de racimo con las que los saudíes martillean a los hutíes de Yemen desde hace dos años.