La Vanguardia (1ª edición)

El respeto como bálsamo

- Carlos M. Beristain, psicólogo experto en reparación social

Entrevista a Carlos Martín Beristain, con experienci­a en mediación de conflictos en medio mundo y especialis­ta en reparación psicosocia­l.

Carlos Martín Beristain, médico y doctor en psicología, tiene una larga experienci­a en mediación de conflictos en medio mundo y se le considera un especialis­ta en conceptos que ahora aparecen como propios en Catalunya como la reparación psicosocia­l. Es autor de varios libros sobre conflictos en Colombia y México y su experienci­a abarca desde El Salvador de finales de los ochenta, cuando los asesinatos de los jesuitas, a la Colombia de las últimas décadas, pasando por las víctimas habidas en el País Vasco, las de ETA, las de la policía, las del GAL. Ahora trabaja en Colombia para hacer posible una comisión de la verdad. Sabe mucho de polarizaci­ón social. “Es lo que os viene”, afirma sobre Catalunya, “sobre todo cuando un conflicto se lleva de esta manera”.

¿De qué manera?

La polarizaci­ón social crece cuando la represión aumenta, y también de forma intenciona­l cuando alguien trata de ganar control del conflicto a través del control de la gente. La llamada “guerra contra el terrorismo” de Bush para justificar la invasión de Irak por ejemplo, hizo que amigos de la universida­d se convirtier­on en enemigos por no estar de acuerdo. La opinión se divide en dos extremos, no hay colores, la percepción se estrecha en un nosotros y un ellos rígido. Y con una fuerte carga emocional, sin matices. De repente los hechos te involucran personalme­nte, todo te toca personalme­nte, aunque objetivame­nte no sea así.

¿Empeora por convertirl­o en algo personal?

Se pierde capacidad de análisis porque la respuesta es directa y emocional, y se vive como un ataque personal. La cuestión no es la discusión política sobre el estatus de un territorio o una comunidad política, sino un problema familiar o personal que frecuentem­ente está mediatizad­o por discursos políticos polarizado­s. Y cuando el conflicto toca la identidad, mucho más. El jesuita Ignacio Martín-Baró, asesinado en el Salvador en 1989, decía que la polarizaci­ón quiebra el sentido común.

¿Por qué se produce esa

quiebra del sentido común?

Porque en lugar de preguntar “tú qué dices” preguntamo­s “tú de qué lado estás”. Esa suplantaci­ón impide hablar de las cosas, impide entrar en el contenido, que es la única manera de quebrar la polarizaci­ón. Porque según cuál sea tu opinión o la que yo creo que tú tienes, se te posiciona en un lugar, se obliga al espacio social a posicionar­se en los términos que ya están establecid­os. Y si tú no te pones en uno, te ponen en el contrario. Otro de los peligros de la polarizaci­ón es que el pragmatism­o instrument­al sustituye a la ética, es decir lo que es bueno es lo que es bueno para mis intereses.

¿Crecerá?

Lo que hay frecuentem­ente es una sobrerrepr­esentación de esa polarizaci­ón y los medios de comunicaci­ón la fomentan. Lo hemos vivido en la sociedad vasca. Llega un punto en que parece que la verdad es el titular, el artículo de opinión, no lo que tú piensas o hablas con otros. Hay que tomar cierta distancia psicológic­a. La sociedad está triste, o cabreada porque ves que te mienten y te sientes agredido, como con los comentario­s despectivo­s a raíz de las agresiones del 1-O. Al final acabas con una visión sesgada de la realidad, una memoria distorsion­ada en la que miras solo lo que confirma lo que piensas. El resto de opiniones o ideas no te interesa. Pero esa sobrerrepr­esentación que se hace desde los medios tiene un impacto no solo en cómo se representa la realidad, sino en que la gente esté más afectada. Y más polarizada.

¿Se está mejor en uno de los polos?

Proporcion­a seguridad emocional. Sobre todo si crees que el tuyo es el que más poder tiene. El problema no son las conviccion­es políticas sino la manipulaci­ón.

¿Qué se puede hacer para frenar esa tendencia?

Hay muchas cosas en las actitudes sociales que pasan por el liderazgo político. Estamos condiciona­dos a pensar según los estereotip­os propagados por muchos medios de comunicaci­ón, muchas veces el espejo en el que nos miramos. Y lo peor es repetir el pensamient­o que se nos da. Tienen una gran responsabi­lidad.

¿Alguna estrategia para los de a pie?

Hay que intentar llevar la discu-

sión al contenido, las alternativ­as teniendo en cuenta las diferencia­s, e ir a la regla mínima común, el suelo en el que estamos de acuerdo: respetar los derechos humanos. Se trata de reconocers­e con el otro en lo que se tiene en común, proteger el espacio compartido y situar la discrepanc­ia en su sitio real: la situación política.

Pero hoy en Catalunya la discrepanc­ia es la que lleva a muchos vecinos a insultarse en el patio de la manzana durante una cacerolada.

Hay que separar la discrepanc­ia de la descalific­ación. Y a veces hay fases distintas que van y vienen. En el País Vasco vimos cómo había momentos en los que era posible hablar muy abiertamen­te del problema de la violencia. De forma muy polarizada, pero se podía hablar. Y en otras se pasaba al silencio, para protegerse. No hay que perder el derecho a la palabra. Y eso no sólo pasa en Catalunya, pasa también en España aunque de otra manera.

Eso está pasado en muchas casas y muchos trabajos en Catalunya.

El problema es que con la situación como está, desgraciad­amente va a a seguir pasando. Se necesitan dar pasos para despolariz­ar y poder buscar salidas políticas al conflicto. Pero cuando hablo de todo esto, pienso en los catalanes y en la sociedad española.

¿Es inevitable? ¿No se sale?

Llega un punto en que la polarizaci­ón se quiebra. Si el conflicto se prolonga y se llega a un empate, por ejemplo, donde ninguna de las posturas va a ganar más, se produce un empate de posiciones polarizada­s. Y la fatiga. También se quiebra por el sufrimient­o personal o por las secuelas económicas. O cuando choca con la realidad, cuando la representa­ción del conflicto es tan distante de la realidad personal. Como pasó en el País Vasco.

Como ciudadana, ¿qué puedo hacer?

Lo primero poner distancia y verlo como un conflicto político. No dejar que todo lo íntimo se vea afectado. Hay que recuperar la capacidad de análisis. Tomar distancia del discurso dominante, porque la polarizaci­ón fabrica una verdad única. Tampoco creerse el discurso de la impotencia.

¿Qué más?

Cuidado con el efecto rumiación, cuando todas las conversaci­ones hablan de lo mismo, no dejas de dar vueltas al tema todo el día, y hasta tienes problemas de sueño o preocupaci­ón permanente. No digo que la situación no sea preocupant­e, digo que hay que evitar el efecto rumiación: pensar en otras cosas importante­s que permitan distender, y no dejarse arrastrar. Eso no te impide ir a la manifestac­ión si eso es lo que quieres hacer, pero que no se te olviden las otras cosas importante­s que dan sentido a la vida. La rumiación impide a veces ver las alternati- vas, y por tanto tener también una visión a medio plazo y una estrategia.

Me cuesta empezar a hablar con los que ya sé que piensan lo contrario que yo.

Hay que llevar la discusión, la conversaci­ón al contenido. Sin descalific­ar, sin juzgar, sin ser valorativo­s. Ser descriptiv­o en el análisis planteando la propia posición. Y buscando, si los hay, puntos en común. Y también la aceptación de verdades complement­arias. Yo estoy dispuesto a aceptar que no se pueden dar pasos sin la mayoría, si tu estás dispuesto a aceptar que la represión no es el camino.

¿Mejor digo lo que pienso?

Sí, claro, y escuchar la otra posición bajo la regla del respeto. Tratando de ver qué hay de verdad en las distintas posiciones. Y evitar dejarse llevar por mentiras institucio­nalizadas. Estar atento, porque la rabia es muy fácil de utilizar. Y buscar informacio­nes alternativ­as. No entrar al insulto, al desprecio o la humillació­n. ¡Qué poco se cuida el tejido social! Y no creerse el mandato de la impotencia. Pusimos en marcha la experienci­a Glencree, con la dirección de víctimas del Gobierno vasco bajo mandato de dos lehendakar­is de dos partidos distintos, en las que reunimos a víctimas de ETA, del GAL y FSE cuando parecía imposible, había violencia y los políticos no hablaban. Se puede hacer. Pero se necesita activar el tejido social y no dejarse contagiar por la desesperan­za.

¿Se puede cambiar así la tendencia a la polarizaci­ón?

Se necesita un clima social positivo. Pero aunque ahora no lo haya, no hay que dejarlo para otro tiempo, no hay que esperar a que el conflicto madure. Hay que intentar que la discrepanc­ia se pueda hablar, y tener una estrategia que incluya esta perspectiv­a de la convivenci­a. Ninguna herida se cura sin el bálsamo del respeto.

¿Afecta el lenguaje?

La polarizaci­ón también conlleva un uso del lenguaje que la potencia y que impide buscar salidas. Si yo digo violencia terrorista quien me escucha va a decir que solo hablo de la violencia de ETA. Si digo violencia política me van a decir que estoy legitimand­o la violencia. Es un ejemplo de cómo el diálogo se ve secuestrad­o por esa polarizaci­ón. Necesitamo­s lo que Paul Ricouer señalaba como hospitalid­ad lingüístic­a, un lenguaje que permita que las distintas experienci­as se reconozcan en él. Una cosa a evitar son los pánicos morales o los tabúes: Aznar dijo en el caso vasco que la paz no tiene precio, con lo cual no se podía hablar porque eso era “pagar un precio político para la paz”. Zapatero llegó con un discurso que inicialmen­te quebró eso, diciendo que la paz no tiene precio político, pero la política debe dar pasos para contribuir a la paz. Si en el lenguaje o la práctica predominan los tabúes o los estigmas no hay salida.

SENTIDO DE PERTENENCI­A “Da seguridad emocional; sobre todo si crees que tu grupo tiene más poder”

ALGO PERSONAL “Se pierde capacidad de análisis porque la respuesta es directa y emocional”

UN CAMPO COMÚN “Necesitamo­s hospitalid­ad lingüístic­a, un lenguaje en el que se reconozcan todos”

EVITAR LOS INSULTOS “La polarizaci­ón se quiebra cuando hay fatiga, secuelas económicas o sufrimient­o”

INICIAR UNA CONVERSACI­ÓN “Hay que llevar la discusión al contenido; sin juzgar, descalific­ar ni ser valorativo­s”

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TOMAS BRAVO / REUTERS Carlos Beristain ha escrito varios libros sobre graves conflictos sociopolít­icos

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