El paso atrás
Este cronista siempre sostuvo que los independentistas corrían más que los guardias. Tuvieron mejor relato. Contaron con cabreo social propicio. Supieron echar a Madrid la culpa de todos los fallos de gobernación y fueron creídos. Fueron más ingeniosos para fabricar eslóganes de impacto, como el “España nos roba”. Desarrollaron una estrategia rotundamente ilegal, pero casi perfecta. La idea de la independencia consiguió tener una mística de la que carecía el discurso estatal, más centrado en la economía y la ley que en recursos afectivos. Mostró un desparpajo eficaz para acusar al Gobierno de menosprecio hacia Catalunya. Y ese Gobierno, como los anteriores, careció de sensibilidad para captar los movimientos subterráneos de opinión. Por eso hemos escrito muchas veces que “el independentismo va ganando” desde que se perdió el miedo a la palabra independencia.
Hoy no me atrevo a decir lo mismo. Esta semana deja la sensación de que todo se ha empezado a torcer. Los datos económicos desautorizan la deriva del procés. La ruptura unilateral provocó quiebras en la sociedad. Algunas de las manifestaciones y protestas convocadas acusan el cansancio y son nutridas (veremos lo que ocurre hoy) básicamente por estudiantes. La petición de reconocimiento internacional fracasó. Puigdemont está dejando la hoja de ruta convertida en una caricatura. El españolismo, tanto tiempo temeroso y agazapado, dio muestras de vitalidad insólita y consiguió movilizar multitudes, algo impensable hace solamente un año. Y Carme Forcadell terminó por aceptar la legalidad española ante el juez.
Esto último es, a mi juicio, lo más trascendente desde que el Parlament aprobó la moción de independencia y Rajoy impuso el 155. Me apresuro a decir que las declaraciones de la presidenta, de Corominas, de Guinó, de Simó y de Barrufet son comprensibles desde el punto de vista humano: la prisión es muy dura, como pudo comprobar Santi Vila. Añado que nadie puede pedir a nadie su inmolación, por grandes que sean las ideas que propugna. La mejor defensa en un procedimiento de raíces políticas como este es no rechazar las preguntas de los fiscales y decir lo que el juez quiere escuchar.
Pero claro: Forcadell es mucha Forcadell. Y Forcadell, al aceptar la legalidad y acatar el 155, produce efectos superiores a los penales. Es una renuncia a la independencia tal como se había planteado, por la vía unilateral. Es dar la razón a quienes, encabezados por Rajoy, sólo invocaron el cumplimiento de la ley. Es, en cierto modo, la odiada rendición ante la fuerza intimidatoria de la justicia. Y supongo que es una decepción para quienes celebraron como un logro histórico la llegada de la república. ¿Quién defiende ahora no dar ni un paso atrás? Forcadell ya no puede. ¿El fugado Puigdemont? Quien huye de la justicia no tiene las mejores credenciales. Quizá el papel de Moisés le corresponda a Junqueras por dejación de otros; pero eso pasa, ay, por arriesgarse a no salir de prisión. Y eso, no nos engañemos, no es cuestión de jueces, llámense Llarena o Lamela. Es cuestión de lo que Oriol quiera sostener.