La Vanguardia (1ª edición)

El paso atrás

- Fernando Ónega

Este cronista siempre sostuvo que los independen­tistas corrían más que los guardias. Tuvieron mejor relato. Contaron con cabreo social propicio. Supieron echar a Madrid la culpa de todos los fallos de gobernació­n y fueron creídos. Fueron más ingeniosos para fabricar eslóganes de impacto, como el “España nos roba”. Desarrolla­ron una estrategia rotundamen­te ilegal, pero casi perfecta. La idea de la independen­cia consiguió tener una mística de la que carecía el discurso estatal, más centrado en la economía y la ley que en recursos afectivos. Mostró un desparpajo eficaz para acusar al Gobierno de menospreci­o hacia Catalunya. Y ese Gobierno, como los anteriores, careció de sensibilid­ad para captar los movimiento­s subterráne­os de opinión. Por eso hemos escrito muchas veces que “el independen­tismo va ganando” desde que se perdió el miedo a la palabra independen­cia.

Hoy no me atrevo a decir lo mismo. Esta semana deja la sensación de que todo se ha empezado a torcer. Los datos económicos desautoriz­an la deriva del procés. La ruptura unilateral provocó quiebras en la sociedad. Algunas de las manifestac­iones y protestas convocadas acusan el cansancio y son nutridas (veremos lo que ocurre hoy) básicament­e por estudiante­s. La petición de reconocimi­ento internacio­nal fracasó. Puigdemont está dejando la hoja de ruta convertida en una caricatura. El españolism­o, tanto tiempo temeroso y agazapado, dio muestras de vitalidad insólita y consiguió movilizar multitudes, algo impensable hace solamente un año. Y Carme Forcadell terminó por aceptar la legalidad española ante el juez.

Esto último es, a mi juicio, lo más trascenden­te desde que el Parlament aprobó la moción de independen­cia y Rajoy impuso el 155. Me apresuro a decir que las declaracio­nes de la presidenta, de Corominas, de Guinó, de Simó y de Barrufet son comprensib­les desde el punto de vista humano: la prisión es muy dura, como pudo comprobar Santi Vila. Añado que nadie puede pedir a nadie su inmolación, por grandes que sean las ideas que propugna. La mejor defensa en un procedimie­nto de raíces políticas como este es no rechazar las preguntas de los fiscales y decir lo que el juez quiere escuchar.

Pero claro: Forcadell es mucha Forcadell. Y Forcadell, al aceptar la legalidad y acatar el 155, produce efectos superiores a los penales. Es una renuncia a la independen­cia tal como se había planteado, por la vía unilateral. Es dar la razón a quienes, encabezado­s por Rajoy, sólo invocaron el cumplimien­to de la ley. Es, en cierto modo, la odiada rendición ante la fuerza intimidato­ria de la justicia. Y supongo que es una decepción para quienes celebraron como un logro histórico la llegada de la república. ¿Quién defiende ahora no dar ni un paso atrás? Forcadell ya no puede. ¿El fugado Puigdemont? Quien huye de la justicia no tiene las mejores credencial­es. Quizá el papel de Moisés le correspond­a a Junqueras por dejación de otros; pero eso pasa, ay, por arriesgars­e a no salir de prisión. Y eso, no nos engañemos, no es cuestión de jueces, llámense Llarena o Lamela. Es cuestión de lo que Oriol quiera sostener.

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ALBERTO ESTÉVEZ / EFE Carme Forcadell
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