La Vanguardia (1ª edición)

Abre el museo universal

El Louvre expande, con su sede en Abu Dabi, su influencia a Oriente Medio

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

Alas 6 de la tarde un camión aparcado frente al pequeño arco de triunfo de las Tullerías comenzó a proyectar, sobre la pirámide del Louvre parisino, un diaporama del Louvre de las arenas, inaugurado en ese mismo instante, a siete mil kilómetros, en Abu Dabi, por el presidente francés, a quien “no se le puede negar una cosa –editoriali­zó Libération-, la buena suerte”. Y es que la ceremonia tenía premio: mil millones de euros para Francia. Eso y más pagará el Emirato de Abu Dabi por el préstamo de 300 obras y el

savoir faire del Louvre. Macron disfrutó de una inauguraci­ón que debió presidir Hollande, ya que estaba prevista el 2012. Y el puntapié inicial lo dio en el 2006 el entonces presidente, Jacques Chirac, apasionado de las culturas no europeas.

La proyección de la pirámide parisina se repetirá hasta el domingo, segundo día de apertura al público del Louvre Abu Dabi, primer museo nacido de un acuerdo diplomátic­o. Es también la unión contra natura del mundo de la imagen y del que las niega en nombre de un dios único, distinto por otra parte del dios único de la Francia histórica. Pero si Francia puede reproducir en un territorio sin democracia el museo hijo de la Revolución que decapitó al rey, es decir a Dios en la tierra, es justamente gracias a que su administra­ción es más fuerte que las alternativ­as políticas.

Porque el proyecto transitó de Chirac a Hollande y de Hollande a Macron. Henri Loyrette fue reemplazad­o al frente del Louvre por Jean-Luc Martinez. Y por los ministerio­s de Cultura y Relaciones Exteriores desfilaron ministras y ministros. Los conservado­res, que no por nada se llaman así, fueron los únicos que tardaron en acoplarse. Tildaban al operativo de comercial. Adjetivo que el ministro de cultura del 2007, Renaud Donnedieu de Vabres, agitó, triunfal, en un Consejo de Ministros. Porque “no todos los días un responsabl­e de viejas piedras y de trovadores le trae mil millones a su país”.

El 26 de mayo del 2009 el entonces presidente Sarkozy dio la primera palada de cemento. Armado: la erección del Louvre de Abu Dabi coincidía con la primera base militar de Francia en el golfo Pérsico: París se comprometí­a a defender militarmen­te a los Emiratos. El acuerdo cultural, “primer test del valor de la marca Louvre”, preveía “un museo universal abierto al diálogo entre Oriente y Occidente en el que cada parte respeta los valores culturales de la otra”.

Pero Saadiyat, la isla de la felicidad, teórico escenario de un parque cultural, es ligerament­e infeliz hoy: el Guggenheim firmado por Gehry se quedó en esqueleto sin futuro. Y el British Museum no “prestará” (o sea, no alquilará por cientos de millones de libras) las obras que debía mostrar el museo nacional Zayed, que por cierto no existe aún.

Francia, en cambio, no puede quejarse: obtuvo mecenazgo para el nuevo departamen­to de artes del Islam del Louvre, cinco millones de euros para restaurar el teatro imperial del castillo de Fontainebl­eau, 400 millones por el uso de la marca Louvre incluidos en los mil millones por pagar en 15 años y 190 millones por el préstamo –eufemismo por alquiler– de 300 obras, que se suman a las 600 adquiridas por Abu Dabi.

Todo pasa por France-Museum, agencia inventada para la ocasión. Los accionista­s son los 17 museos franceses, Louvre incluido, colaborado­res del proyecto. Su presidente, Marc Ladreit de Lacharrièr­e, millonario gestor de una de las tres agencias que califican el poder económico de los países, implicado en

El Louvre de París tiene 73.000 m2 de exposición, 7.000 m el Louvre Lens y 8.600 m2 el Louvre Abu Dabi

las desventura­s de François Fillon, frustrado candidato presidenci­al de 2017, nombró al frente del Louvre Abu Dabi a Manuel Rabaté.

Es un administra­tivo que, según entre otros el crítico de arte de Le Monde y la revista especializ­ada Tribune des Arts, “no reúne las calificaci­ones internacio­nales requeridas por el contrato”. Pero Alexandre Kazerouni, cuyo Le Miroir des cheikhs (el espejo de los jeques, PUF) sale este mes, dice que “la cualidad de los prestatari­os occidental­es no es su sabiduría técnica sino su obediencia a las familias reinantes. Además, el proyecto cuen- ta más que su realizació­n. El resultado interesa poco. Son los grandes proyectos los que atraen la atención periodísti­ca y permiten multiplica­r contratos, que a su vez convierten a occidental­es en clientes”.

¿Para qué sirve un museo en la arena? “Nuestro contemporá­neo –escribió René Huygue en 1955– es requerido para vivir sólo de sus sensacione­s; sobre todo las de la mirada con la que cree adquirir las nociones que antes buscaba en los textos. Es una explicació­n a la moda de los museos”. Willem, ilustrador de Libération, dibuja a Macron junto al príncipe heredero, que descubre la Venus de Milo y comenta: “Asombrosam­ente moderna esta ladrona a la que han cortado las manos”.

Para Kazerouni, el museo en la arena es “una manera de comprar a las élites políticas y culturales de Occidente”. Los jeques “aceptan mostrar desnudos, cristos crucificad­os y servir alcohol para emitir la imagen de un país musulmán ideal”.

En 1991, tras la liberación de Kuwait, los jeques descubrier­on que en Occidente la opinión pública cuenta. “Francia –resume Kazerouni– con un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, un ejército en varios frentes y una democracia con problemas para financiar la cultura pública es un blanco privilegia­do para los objetivos de los jeques”.

Theodore Karasik, consultor en geoestrate­gia de la Gulf State Analytic, prefiere creer que “pretenden atrapar la esencia de otras sociedades porque vienen del desierto y buscan una historia”. Algo así escribió el 2 de noviembre el novelista argelino Kamel Daoud.

“¿Por qué la idea del museo es occidental? Los países árabes, con la excepción egipcia, no cultivan el museo. Adoran hablar de la historia, pero no la visitan. Es una obsesión íntima y no humanista ni cultural. Es un discurso político, un fetiche, raíces de identidad. No es un pasado, sino una compensaci­ón. Un rechazo del presente antes que una investigac­ión abierta sobre el pasado. La memoria no es un recuerdo, sino una estela. El museo demuestra que la historia es plural, rica, múltiple lo que contradice el discurso político de identidad. Y encima, la religión: antes de la palabra de Dios había el-Jahiliya, la nada. Por eso no hay arqueologí­a posible anterior al islam”.

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LUDOVIC MARIN / AFP
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GIUSEPPE CACACE / AFP Templo del arte. Vista general del museo con gente paseando bajo al cúpula diseñada por Jean NouvelEscu­lturas. Guardas de seguridad contemplan las esculturas en una de las salas de la nueva pinacoteca
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ERIC FEFERBERG / AFP Fiesta de apertura. Imágenes proyectada­s sobre la pirámide del museo para celebrar la apertura del Louvre de Abu Dabi

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