La Vanguardia (1ª edición)

¡Menudas ganas de leer!

- Màrius Serra

Los editores de libros viven volcados en la seducción del lector, su razón de ser. Los autores también escribimos para el lector, pero no únicamente. Sería largo dar una lista de los hipotético­s motivos que nos empujan a hilvanar una palabra tras otra. En cambio, el objetivo de un editor es evidente: vender libros, colocar ejemplares, conseguir lectores. Los muchos matices que podemos añadir no encubren que todas las estrategia­s desplegada­s estén enfocadas a la difusión de lo editado. Los mejores se esfuerzan eligiendo textos, influyendo sobre los autores elegidos, cambiando títulos, redactando solapas, encargando ilustracio­nes, rediseñand­o coleccione­s... Es un oficio de proyectist­as. A veces se les acusa de intervenci­onistas, como si tuvieran que limitarse a ser una empresa de servicios. ¿Qué, sino intervenir, es ser editor? Otra cosa es acertar en la intervenci­ón. En los ochenta, los (pocos) chicos que cursábamos filología inglesa en la UB nos enamoramos de Geena, una joven lectora de Illinois que nos impartió un curso de Literatura Norteameri­cana. La herencia que conservo de ella es un ejemplar (no retornado a una biblioteca) que me regaló del Leaves of Gras sde Whitman y la lectura comparada de The Scarlett Letter y Moby Dick. Recordé las relaciones entre dos titanes como Hawthorne y Melville el año pasado, cuando la finísima editorial de Segovia La uÑa RoTa publicó la traducción al castellano (de Carlos Bueno Vera) de las cartas que Melville (31 años) envió a Hawthorne (46) entre 1851 y 1852. El motivo es la historia (real) de una tal Agatha Hatch que le cuentan durante una travesía por las islas de Nantucket y que le recuerda a Wakefield, el relato de Hawthorne de un hombre que huye de casa. Melville le sugiere que quizá podría novelar la historia de esta hija de un velador que salva de un naufragio a James Robertson, marinero inglés, se casan, se queda embarazada, él la abandona y no regresa hasta diecisiete años después.

Hawthorne declinó y Melville decidió escribir él la novela, pero su versión (Isle of Cross) sufrió un rechazo editorial en 1853 y se perdió. La gente de La uÑa RoTa, tras editar las cartas, ejercieron de editores proactivos planteando el encargo desatendid­o a dos narradores contemporá­neos de la solvencia de Sara Mesa y Pablo Martín Sánchez. El reto es mayúsculo. Hacer el ejercicio de escribir hoy una historia pensada, esbozada, escrita y perdida hace más de ciento cincuenta años. Los dos se aplicaron a ello. La madrileña con Un reloj y tres chales (desde el punto de vista de la hija de Agatha) y el reusense con La historia de Agatha (en Liverpool, con un anciano que ofrece un manuscrito titulado La isla de la cruz, que puede ser de Melville o de Hawthorne). Los editores de Segovia actúan en sintonía con la pulsión narradora que llevó a Melville a intentar que otro escribiera esa historia. Para rematar la operación esta nueva Agatha incluye la primera carta de Melville y un informe judicial con los detalles del caso. ¡Menudas ganas de leer!

Los editores intervenci­onistas ¿deberían ser una mera empresa de servicios? ¿Qué es ser editor sino intervenir?

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