La Vanguardia (1ª edición)

Amigo Rubianes

Joan Lluís Bozzo evoca en el libro ‘Pepe i jo’ al popular actor galaicocat­alán con el que mantuvo cuatro décadas de amistad

- JUSTO BARRANCO Barcelona

No es una biografía. Ni un recuento de anécdotas hilarantes perpetrada­s por alguien capaz siempre de provocar risotadas. Es un paseo por 40 años de amistad que, página a página, revive a Pepe Rubianes. De su enorme cultivo de la amistad a sus manías: iba en taxi, aunque fuera a Amposta, en vez de en transporte público. Desde su pasión por Lorca y Machado hasta su dolor por la censura de Lorca somos todos en Madrid. Desde la actuación en un campo de fútbol de un pueblo de Lleida de la que salió escoltado por la Guardia Civil –el público no entendía su humor y encima él se enfrentó a la audiencia– hasta su adicción al tabaco, disparada al dejar el alcohol. De sus explosione­s de rabia a su brutal vis cómica. Desde su amarga experienci­a con Boadella en Operació Ubú –quien incluso le recomendó ir a estudiar actuación a la escuela de Jacques Lecoq– hasta su marcha a Cuba y el nacimiento de sus monólogos. Y, por supuesto, su enfermedad. Y muerte.

Se trata de Pepe i jo (Pòrtic), un libro escrito por Joan Lluís Bozzo, cabeza visible de la compañía Dagoll Dagom, con la que Rubianes actuó en No hablaré en clase y Antaviana. Bozzo conoció a los 16 años a Rubianes, que ya tenía 22 y hacía teatro universita­rio. El actor gallego ya ponía poesía en el escenario y Bozzo entonces iba para guitarrist­a y puso música de fondo. “Le interesaba sobre todo la generación del 27”, explica el director de Dagoll Dagom, que recuerda que en los últimos años le obsesionab­a la imagen de los últimos momentos de Machado, muriendo él y su madre en la misma habitación por las penalidade­s del viaje al exilio francés.

Bozzo recuerda que Rubianes era “muy complejo, muy contradict­orio, poco risueño, como pasa tantas veces con muchos humoristas que en su mundo interior tienen tristeza, soledad. De hecho, nunca quiso aceptar la palabra humorista, hacía teatro. Contaba historias que muchas veces no tenían nada de cómico con una fuerza tan grande de comunicaci­ón y con una vis cómica tan poderosa que hacían reír”.

Bozzo recuerda que el público catalán fue aprendiend­o a escuchar a Rubianes, pero los primeros años “mucha gente se sentía en la necesidad de hacerse la ofendida cuando decía palabras soeces”. “Su materia prima era la blasfemia y la palabra soez. No tenía las limitacion­es que implica la corrección política, partía del lenguaje popular, vivo, un poco carnavales­co, no tenía ninguna autocensur­a”.

También recuerda que era muy impulsivo y tuvo muchos problemas “por decir lo que pensaba y no pensar lo que decía, con el tiempo lo fue controland­o”. En ese sentido, evoca la polémica “cuando dijo ‘España me la suda por delante y por detrás’, era algo extemporán­eo, luego intentó explicar de qué España hablaba, pero hubo gente que ya enfermo le paraban y le decían: ‘Tienes lo que te mereces’”.

El libro repasa su cultivo de la amistad, sus explosione­s de rabia o su experienci­a amarga con Boadella

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ARCHIVO JOAN LLUÍS BOZZO Joan Lluís Bozzo y Pepe Rubianes

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