Líderes políticos amnistiados en Islandia
LOS ISLANDESES VUELVEN A ELEGIR A LOS MISMOS DIRIGENTES QUE GOZAN DE PRIVILEGIOS, LOS QUE TRAS ESCÁNDALOS PONEN EN DUDA LA REVOLUCIÓN SOCIAL TRAS LA CRISIS DEL 2008
El año que viene se cumple una década de la gran debacle financiera del 2008. Mucho se habló entonces de la valentía de los islandeses que salieron en masa a la calle, obligando al Gobierno a dimitir y logrando que los principales responsables fueran enjuiciados. Hoy, sin embargo, la supervivencia política de varios de los líderes implicados en esos u otros escándalos cuestiona la imagen de dicha revolución.
Bjarni Benediktsson, Sigmundur Davíð Gunnlaugsson y Geir Hilmar Haarde son algunos de los ejemplos más destacados de esa élite que logra mantenerse en el poder o, al menos, sigue gozando de sus privilegios a pesar de las causas abiertas contra ellos. Evasión fiscal, conflicto de intereses o, simplemente, mal gobierno. No importa. Pase lo que pase, su resurrección política está garantizada. Los mismos nombres que ayer ocupaban las portadas de los periódicos por sus desmanes hoy siguen recabando cuantiosos apoyos en las urnas y ocupando cargos de prestigio.
El primero y más reciente es el del hasta ahora primer ministro y líder del Partido de la Independencia, Bjarni Benediktsson. Ha vuelto a ganar las elecciones a pesar de que, hace solo dos meses tuvo que dimitir por un escándalo menor relacionado con su padre. Se le acusó de haber ocultado la carta en la que su progenitor restituía el honor a un amigo condenado por pederastia.
Un caso turbulento y enrevesado que le castigó más por su falta de transparencia que por los desaciertos de su padre, pero que, probablemente, no habría provocado la caída del Ejecutivo si Bjarni hubiera contado con una mayoría más sólida.
Sea como sea, este es solo el más pequeño de sus pecados. Su nombre también apareció el año pasado en los famosos papeles de Panamá, en que se revelaba su relación con una compañía de las Seychelles sobre la que nunca había declarado nada.
Y más graves y recientes todavía son las informaciones filtradas hace escasas semanas que le acusan de haber usado información privi- legiada para deshacerse de casi todos los activos que tenía en el banco Glitnir poco antes de su quiebra en el 2008. El mismo día, otros miembros de su familia también desinvirtieron sumas millonarias.
Bjarni, que entonces era diputado y miembro de la comisión de Finanzas del Parlamento, lo niega y asegura que, por esas fechas, Lehman Brothers ya había caído y
Fueron acusados de evasión fiscal, conflicto de intereses o de mal gobierno y han resucitado en las urnas
cualquier inversor sensato habría intentado vender.
Sobrino nieto de otro primer ministro que se llamaba como él y que gobernó el país entre 1963 y 1970, Bjarni pertenece a la saga de los Engey, una de las familias más ricas e influyentes de Islandia. Su padre y su tío tienen o han tenido importantes intereses económicos en bancos y otros muchos sectores, como los transportes, la energía o la pesca.
En las elecciones del pasado 28 de octubre, su partido perdió cinco diputados, pero volvió a ser el más votado. La alta fragmentación del Parlamento le obligará a negociar y buscar difíciles alianzas con, al menos, otros tres partidos. Pero no se descarta que, a pesar de los escándalos, Bjarni vuelva a gobernar. Y podría hacerlo gracias, entre otros, a Sigmundur Davíð Gunnlaugsson, cuya rápida recuperación al frente de una nueva fuerza política, el Partido de Centro, contrasta con su aparatosa caída del año pasado, en que tuvo que dimitir de su cargo como primer ministro también por los papeles de Panamá.
Antiguo presentador de la televisión pública islandesa, su entrada en política fue espectacular. En el 2009 era elegido líder del Partido Progresista, la otra gran fuerza conservadora de Islandia, y, tras las elecciones del 2013, era investido primer ministro. Su socio de coalición no era otro que el propio Bjarni, que se convirtió en su ministro de Finanzas.
Al principio, la rápida recuperación económica del país jugó a su favor. Pero en abril del 2016, las revelaciones sobre la sociedad que él y su esposa poseían en las Islas Vírgenes, un conocido paraíso fiscal, hundieron a su Gobierno. Demasiado tocado por el asunto, Sigmundur no se presentó a los comicios de octubre del 2016. Pero sí lo ha hecho ahora, y ha obtenido contra todo pronóstico el 11 por ciento de los votos y siete diputados.
También sorprendente es el glorioso retorno de Geir Hilmar Haarde, el primer ministro que gobernaba el país cuando estalló la crisis y que años más tarde sería juzgado y condenado por uno de los cuatro cargos que se le imputaban. Ahora es, ni más ni menos, que el embajador de Islandia en Estados Unidos. Otro cargo prestigioso que, una vez más, confirma los contrastes de Islandia.