Tú a Bruselas, yo a Nueva Delhi
Bruselas está muy concurrida pero no tanto como Nueva Delhi. El rey Felipe de los belgas, acompañado de la bella y delicada reina
Matilde, empezó el lunes un viaje de Estado a India, donde ha coincidido con el príncipe de Gales y la duquesa de Cornualles, es decir, con Carlos y Camila, que están haciendo una ruta por varios países de la Commonwealth. Las dos parejas han soportado el alto grado de contaminación que vive la capital de India, aunque en este caso la niebla tóxica que han sufrido es un fenómeno atmosférico y no político. Mientras en Bruselas el primer ministro belga, Charles Michel (a quien, por cierto, dejó medio sordo la princesa Astrid), lidia con la invasión catalana, el rey de los belgas ha viajado a la India con Didier
Reynders, viceprimer ministro y ministro de Asuntos Exteriores.
Reynders duerme poco, ya que durante el día se tiene que ocupar de los asuntos del viaje que atañen a India y Bélgica y por la noche (aún de día en Europa) tiene que preocuparse de que en Bruselas nadie se le desmadre y le fastidie las relaciones entre Bélgica y España. La preocupación del príncipe
Carlos es otra. El periplo que ha cerrado en India tras visitar Brunei, Malasia y Singapur, ha coincidido con la aparición de su nombre en los llamados Papeles del paraíso ,en los que se señala que Carlos de Inglaterra invirtió a través del ducado de Cornualles 3,9 millones de dólares (3,35 millones de euros) en cuatro fondos registrados en las Islas Caimán en 2007. Hasta que sea rey, Carlos y toda su familia –mujer, hijos, nuera y nietos, incluidos– viven de las rentas del ducado, unos 20 millones de euros al año. Con esa fortuna y viendo las fotos de su viaje por Asia y sus gestos de amor hacia
Camila podría decirse que, en realidad, a Carlos no le hace falta llegar a rey para ser feliz.
El príncipe siempre sonríe y no como Donald Trump, permanentemente enfadado a pesar de contar con la balsámica compañía de Melania, con quien está haciendo un periplo asiático a través de Japón, Corea del Sur, China, Vietnam y Filipinas. La primera dama, a quien los círculos de poder de Washington tienen permanentemente minusvalorada comparándola con sus antecesoras, sobre todo con Michelle Obama, brilla en los viajes no solo por su vestuario sino por marcar el contrapunto amable con la permanente y manifiesta agresividad de su marido.
En los viajes oficiales tan importante es el titular como la (o el, en algunos casos) consorte y para muestra, la atención que ha despertado la presencia en España de Nechama Rivlin, la esforzada esposa del presidente de Israel. No le han hecho falta ni modelitos de alta costura, ni belleza, ni juventud: con su respirador a cuestas se ha ganado la admiración de todos. Quizá sea ese el ejemplo o que ella, a diferencia de otras, siempre respira aire limpio.
Los viajes de Estado son un escaparate en el que la consorte (o ‘el’, cuando lo hay) tiene un papel fundamental y no siempre agradecido