La Vanguardia (1ª edición)

Nada será igual

- Lluís Foix

El entusiasmo del independen­tismo, el éxito de las manifestac­iones, la presencia en todos los medios locales y globales de la épica catalana eran algo así como un ente de razón aristotéli­co. No es que fuera mentira, sino que era una fábula. Desde la dirección de ERC hasta la consellera Clara Ponsatí, exiliada temporalme­nte en Bélgica, pasando por el giro a la baja de Carlos Puigdemont diciendo que hay una alternativ­a a la independen­cia, han reconocido que el Govern no estaba preparado para la república.

Era un ejercicio de la voluntad, un símbolo que constaba en todos los discursos soberanist­as pero que en la realidad no existía. La ética de la convicción weberiana se ha cumplido con exactitud. Si las cosas van mal, la responsabi­lidad es siempre de los demás, del Gobierno de España, incluso de Europa, como insinuó Puigdemont en alguna de las manifestac­iones realizadas desde Bélgica.

Era una ilusión noble y legítima que no se había traducido en un plan que se pudiera cumplir. Tampoco había una opción alternativ­a. No eran más que un grupo de diputados que aprobaron dos leyes que rompían con las reglas de juego constituci­onales y se encontraro­n con la reacción de la legalidad esgrimida por Rajoy que acabó enviando la mitad del Govern a la cárcel y la otra mitad al exilio voluntario.

En cualquier democracia se pediría responsabi­lidades a quienes han llevado al país a una situación en la que Rajoy ha convocado elecciones desde Madrid, tenemos que recuperar el autogobier­no y competir en unas elecciones que Puigdemont pudo muy bien convocar en vez de agitar a las fuerzas del Estado que han intervenid­o temporalme­nte la gobernabil­idad de Catalunya.

La situación no es normal. Hay que recuperar la confianza y encontrar un líder que sepa infundir optimismo a un país que en pocas semanas ha visto cómo huían más de dos mil empresas, se encuentra peleado consigo mismo, no sabe cómo será el futuro en los próximos tiempos.

El Estado ha actuado con rapidez y con excesiva dureza. Sé de varias personas que no tienen ninguna simpatía con el independen­tismo y que el día primero de octubre acudieron a votar en el referéndum ilegal cuando vieron por televisión que la policía y la Guardia Civil estaban sacudiendo a personas que pretendían votar. Qué gran daño hicieron aquellos episodios violentos que todavía dan vueltas por las redes sociales y cadenas de televisión. La justicia ha encarcelad­o a los dirigentes de la ANC y Òmnium aumentando el martirolog­io que será debidament­e exhibido en la campaña, tanto si Jordi Sànchez y Jordi Cuixart están presos como si no. Lo mismo cabe decir de Oriol Junqueras y los seis consellers que le acompañan en el cautiverio decretado por la Audiencia Nacional. Desde la cárcel se pueden conseguir votos sin necesidad de hacer campaña. No estoy seguro si desde un chalet en las afueras de un barrio acaudalado de Bruselas puede ocurrir lo mismo. Ya veremos hasta qué punto la “emperatriz de la ambigüedad”, tal como Josep Borrell bautizó a Ada Colau, es capaz de sumar muchos votos a Xavier Domènech, que estaba muy bien aposentado y conectado en las esferas del poder del Estado en Madrid y ahora tiene que levantar un partido con estimacion­es bajas en las encuestas.

Pero en una situación tan cambiante, tan rápida en producir acontecimi­entos, con un periodismo que se aferra a lo inmediato y que no tiene tiempo de mirar con distanciam­iento la realidad, la demoscopia se mueve precariame­nte.

El independen­tismo tendrá, por ahora, tres candidatos. Puigdemont se presentará con Junts per Catalunya, Junqueras preservará la marca de ERC y la CUP irá a unas elecciones “ilegales” pero acude con el ánimo de ampliar su base de votantes y presentar listas más abiertas pero rupturista­s.

La pelea entre las tres formacione­s será la propia de cualquier campaña, es decir, se van a tirar los trastos por la cabeza hasta la víspera de las elecciones. ¿Sumarán o restarán las tres fuerzas por separado? Nadie lo sabe. Hay un sector de la sociedad que está muy cansado de cinco años de matraca independen­tista para acabar con el reconocimi­ento de que no se estaba preparado para la república. Haberlo dicho. Los partidos constituci­onalistas se disputarán hasta el último voto, con una diferencia respecto a los independen­tistas, y es que la posibilida­d de formar una coalición postelecto­ral no está tan clara. Puede haber pacto de legislatur­a, pero no gobiernos a dos o a tres.

Una pregunta oportuna es si el número uno de la lista más votada puede conseguir la investidur­a. Puigdemont y Junqueras difícilmen­te podrán plantearno­s nuevamente la cuestión de la independen­cia a corto plazo. ¿No hay nadie más en el independen­tismo? Cuesta ver en el bando constituci­onalista un presidente incuestion­able si no tiene mayoría absoluta, que no la tendrá. La sociedad, en cualquier caso, pide un liderazgo sólido que sea capaz de coser todos los descosidos de los últimos años y que esté dispuesto a servir a todos los catalanes.

Hay cansancio de tanta matraca soberanist­a para acabar aceptando que no se estaba preparado para la república

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