La Vanguardia (1ª edición)

La calle revuelta

- Pilar Rahola

Desconozco las fuentes que tiene Marta Rovira para afirmar que el Gobierno español amenazó con enviar al ejército, bajo el riesgo que “habría muertos en la calle”, una afirmación tan aterradora que nos da la medida de la tensión a la que se llegó en los últimos días del proceso. Rajoy lo ha desmentido con la misma rotundidad con que lo afirma Marta, de manera que estamos entre las dos aguas de un río muy ruidoso. De habitual, tiendo a creerme a Marta Rovira, porque no es dada al histrionis­mo dialéctico. Pero tampoco creo que la Moncloa se haya planteado una medida como esta, entre otras cosas porque es impensable que un Estado miembro de la UE mueva al ejército contra la población civil.

Ahora bien, que no existiera, negro sobre blanco, en ninguna agenda ministeria­l (otra cosa es en algunos borradores), no significa que no se hubiera usado como rumor malintenci­onado para desmoraliz­ar a los asediados líderes catalanes. Los últimos días del proceso, desde que la Moncloa envía los requerimie­ntos previos al 155 y en Palau se mantiene la firmeza de avanzar hacia la declaració­n, la guerra sucia de la rumorologí­a se disparó hasta límites impensable­s, haciendo buena la idea de Sun Tzu de que “toda guerra es un engaño”. Es cierto que en esos días había curiosos movimiento­s de tropas, adecuadame­nte viralizado­s por las redes sociales y, además, veníamos de la experienci­a de las porras del 1 de octubre, con el mal augurio de mantener a quince mil policías desplazado­s a Barcelona y no precisamen­te para escenifica­r una obra de Walt Disney. En ese contexto en que la política era sustituida por la represión, y con la idea de que el Estado podía llegar hasta límites extremos para frenar lo que estaba pasando en Catalunya, es fácil imaginar que la idea de mover al ejército se respiraba, como amenaza, en la atmósfera de los líderes catalanes. Me consta, además, que el último día se dispararon las alarmas y que el anuncio de movimiento­s policiales que iban a detener a los miembros del Govern y a líderes sociales, llegó por todas las vías. Nunca sabremos si todo aquel rumor policial era real o pertenecía a la misma estrategia del miedo, ejecutando nuevamente una idea de Sun Tzu: “En el miedo del caos existe una oportunida­d”. Es decir, crear pánico, del pánico hacer caos y, en el caos, vencer la batalla. Sea como sea, la tarde y noche del viernes fue un batiburril­lo de noticias amenazador­as.

Con todo, lo que más pesó en el ánimo del Govern, a la hora de frenar una revuelta ciudadana, fue el coste que habría significad­o para el país –la gente y la economía– mantener miles de personas en situación de tensión permanente en la calle. Era una opción posible pero no era una opción buena. Y precisamen­te para no empujar a la ciudadanía a una situación insostenib­le se frenó la proclamaci­ón. Algunos le llaman debilidad, pero fue la muestra de una gran fortaleza.

Los últimos días la guerra sucia de la rumorologí­a amenazador­a se disparó hasta límites impensable­s

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