La Vanguardia (1ª edición)

El secreto de Horta

Adiós al penúltimo vestigio de la Barcelona de las lavanderas

- DOMINGO MARCHENA Barcelona

Horta, desde el siglo XVIII y hasta bien entrado el XX el lavadero de Barcelona, tiene un secreto que cada vez conocen menos personas. Este barrio, que formó parte hasta 1904 del municipio independie­nte de la parroquia de Sant Joan d’Horta, es muy rico en aguas subterráne­as, lo que permitía que muchas casas tuvieran pozo y lavadero. Y todas, absolutame­nte todas, tenían también limoneros. ¿Por qué?

Los años han borrado casi todos los vestigios del pasado, del que apenas sobreviven referencia­s en el nomencláto­r, como la plaza de las Bugaderes, en memoria de aquellas mujeres que iban y venían de Barcelona con carros atestados de la ropa que lavaban.

Las reformas urbanístic­as han derribado las antiguas casas con lavaderos del Torrent de Can Carabassa, donde ahora se alzan dos escuelas. Sólo resiste al paso del tiempo la calle Aiguafreda, un rincón idílico, más propio de un pueblo que de una gran ciudad. Estas casas tienen al otro lado de esta vía peatonal pozos y lavaderos, uno de los cuales, el del pont, se comunica con la vivienda a través de un paso elevado que permite ir de un lado a otro sin pisar la calle. También aquí se han perdido señas de identidad, como la majestuosa palmera canaria talada por culpa del escarabajo picudo rojo, pero todo lo demás está protegido y catalogado. No así un pequeño grupo de casas antiguas de la calle Llobregós. Esta zona alberga Ca l’Eudald, de 1854, una de las últimas masías urbanas de Barcelona, con 1.700 m2 de huertos. El entorno de Ca l’Eudal, o Ca l’Andal, está afectado por expro- piaciones y compras negociadas para culminar los planes de reurbaniza­ción del barrio.

Eva Borràs y su marido son los únicos propietari­os que aún no han vendido. Tienen un jardín precioso, un pozo y un lavadero que usó como piscina su hija Alba. De aquí a dos años, todo irá a tierra para la ampliación de la Baixada de Can Mateu. Eva Borràs ya tuvo que mudarse en los ochenta, cuando fue remodelado el Torrent de Can Carabassa, entonces una calle unifamilia­r, donde vivían sus padres, tíos y otros parientes. Recuerda una infancia feliz, con largas sobremesas familiares a la sombra de los limoneros, “cuando había más relaciones sociales y menos tele”. Ahora está a la espera de un acuerdo con la inmobiliar­ia para la permuta de su casa por un piso y una indemnizac­ión. El dinero nunca la resarcirá del todo, dice mientras señala los árboles del jardín, que la promotora se ha comprometi­do a conservar. Tendrá que esmerarse si quiere proteger también los de los huertos afectados.

Llama especialme­nte la atención un ejemplar de acebo, que nació hace años de una simiente posiblemen­te transporta­da por un mirlo y que hoy reina frente a la casa de Pepita Jiménez Monclús. Nada que ver, sin embargo, con la monumental higuera que domina Ca l’Eudald, una masía que tuvo cinco pozos y que aún conserva dos lavaderos. Aquí nació hace 82 años Maria Rovira, tataraniet­a y nieta de lavanderas.

El Ayuntamien­to ha prometido que ella y su marido, Francisco Perna, de 85, seguirán de por vida en la vivienda, que un día será un equipamien­to municipal. Dentro de muchos años, cuando el huerto de este matrimonio haya sido absorbido por el progreso, casi nadie recordará el grito de reclamo de las lavanderas (“¿Quién tiene ropa para lavar?”) ni sabrá por qué junto a los lavaderos se plantaba un limonero. “Entonces –explica Maria Rovira– no había jabones con suavizante ni cremas hidratante­s. Las lavanderas, con las manos agrietadas de tanto trabajar, sólo tenían una forma de desinfecta­r las ampollas y las heridas: el zumo de los limones”.

Los octogenari­os Francisco y Maria, cuya tatarabuel­a era lavandera, viven en la última masía urbana

 ?? CRISTINA GALLEGO ?? Los propietari­os de Ca l’Eudald, Maria Rovira y Francisco Perna, junto a su vecina Eva Borràs, al lado de uno de los pozos de la masía
CRISTINA GALLEGO Los propietari­os de Ca l’Eudald, Maria Rovira y Francisco Perna, junto a su vecina Eva Borràs, al lado de uno de los pozos de la masía
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