La Vanguardia (1ª edición)

Un magnífico periodista

JAVIER BELMONTE (1958-2017) Periodista

- MAYKA NAVARRO

Voy a empezar por un recuerdo que me ayudará a escribir de Javier Belmonte, del que fue mi querido compañero, mi jefe en la sección local de Barcelona de El Periódico de Catalunya en unos años en los que yo era una salvaje que no sabía escribir y él me enseñó a entender que había mil maneras de contar bien las cosas.

Llevo un párrafo y aún no he contado que el jueves murió Javier Belmonte, sin duda, uno de los mejores periodista­s de Barcelona. Parece mentira. Si alzo la vista por encima de la pantalla del ordenador, puedo verle, tras la suya, en la redacción, con los hombros echados hacia delante, los cuatro pelos de su flequillo desordenad­os, los ojos siempre muy abiertos, tramando alguna.

Éramos en aquellos años periodista­s de costumbres que comíamos casi a diario en la fonda Sant Joan. Belmonte también era austero comiendo y al llegar el segundo, acercaba siempre las patatas fritas de su plato hasta Carles Cols. Quédense con este último nombre, porque mucho de lo que ahora escriba ya lo contó él el viernes en El Periódico y me deja repetirlo. Fue un hombre bueno y generoso. Segurament­e fue un error anclarlo en los últimos años a una mesa de jefe porque dejó a los lectores huérfanos de un estilo de crónicas que si hoy las releen comprobará­n el gran nivel de oficio que había en su trabajo.

Pero ganamos nosotros, una generación de periodista­s crecidos en las mesas del fondo a la izquierda de la redacción de El Periódico que aprendimos de su mano el oficio. Saben esos jefes generosos que te dejan brillar, que te dan libertad y que te recogen en sus brazos cuando te la pegas. Pues ese era Belmonte. Nunca se le vio gritar y no por falta de carácter. Creo que fui la única que se ganó una bronca.

En otra ocasión el meneo lo recibió él. Lo cuento porque ya pasó. Además sigue muy presente en la redacción porque hay aún colgada una falsa portada que le regalamos para uno de sus cumpleaños en el que le casamos con la infanta Elena. Años atrás le encargaron un perfil de la hija del Rey y Jaime de Marichalar con motivo del anuncio de noviazgo. Y Belmonte, un auténtico señor de izquierdas que nunca le bailó el agua a nadie, escribió la pieza “La amazona y el hombre de gris”. Ahora no pasaría nada, pero aquello sacudió de tal manera los cimientos de palacio que casi le cuesta el cargo. A su compañero Iosu de la Torre le tocó disculpars­e ante la Zarzuela. Durante años, en mitad del silencio, Belmonte soltaba uno de sus sarcasmos y se reía de todo.

Ya de pequeño jugaba a ser periodista y escribía un diario. Cuando aterrizó en El Correo Catalán con un expediente académico brillante, era un hombre que se había leído todo lo imprescind­ible y necesario para ser un buen periodista. Hombre sabio y cultivado, nunca presumió de nada. Al contrario, escondía su sabiduría bajo esa armadura de timidez que lo envolvía todo.

Vivió para el periodismo y es verdad que desde el 2013, cuando publicó su último artículo, se había centrado en luchar como un valiente contra esa maldita enfermedad que se lo ha llevado tan pronto. No se rindió nunca. Lo acredita el gran amor de su vida, Dolors Álvarez, la periodista que hizo un paréntesis en su profesión y decidió estar todo el rato a su lado en estos últimos tiempos tan complicado­s.

No me puedo despedir triste, porque no se lo merece, ni me lo permitiría­n sus dos brazos armados en sus últimos tiempos en la sección de local, Patricia Castán y Rosa Mari Sanz, las amigas del alma con las que Javier se iluminaba y sacaba lo mejor de dentro. Era ácido, irónico, sarcástico, mordaz y brillante escribiend­o. Un buen hombre viviendo que segurament­e sonría con una mueca las cosas que estamos escribiend­o de él.

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JULIO CARBÓ / ‘EL PERIÓDICO’

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