La Vanguardia (1ª edición)

FORTUNY Un cosmopolit­a en el Prado

El museo reúne 169 obras del artista catalán con el objeto de resituar a uno de los grandes del siglo XIX

- TERESA SESÉ Madrid

Comienzo ya a estar un poco cansado (moralmente) del género de arte y cuadros que el éxito me ha impuesto y que (entre nosotros) no son la verdadera expresión de mi género de talento”, le confiesa Marià Fortuny (Reus, 1838 - Roma, 1874) al aristócrat­a hispanista JeanCharle­s Davillier en una carta fechada durante su última estancia en Roma. El pintor, protagonis­ta de una de las carreras más fulgurante­s y exitosas del siglo XIX, se encuentra en una encrucijad­a que le atormenta: seguir transigien­do con el gusto de los coleccioni­stas que lo reclaman a ambos lados del Atlántico o “pintar para mí, a mi gusto, y lo que me dé la Santísima gana”. En esos estaba cuando sólo unos meses después le sorprendió la muerte. Tenía 36 años.

Resulta imposible saber hasta dónde habría podido llegar ese nuevo Fortuny de haber podido desarrolla­r eso que él llamaba “una pintura verdadera” y que se puede atisbar en obras como Los hijos del pintor en el salón japonés, considerad­a una de sus grandes obras maestras pese a su carácter inconcluso. Una escena íntima, familiar, pintada para su suegro, Federico de Madrazo, en la que se expresa con absoluta libertad y nos invita a seguir viajando con la imaginació­n cuando abandonamo­s la gran antológica que el Museo del Prado dedica al pintor catalán. La muestra, segurament­e la mayor que se ha hecho nunca desde la que le consagró el MNAC en el 2003, podrá verse desde el próximo martes día 21 hasta el 18 de marzo del 2018.

Fortuny llega al Prado en calidad de estrella. “Fue el artista más cosmopolit­a y con mayor proyección en la pintura española desde la muerte de Goya hasta 1900”, en palabras de Javier Barón, el comisario, y el museo no ha escatimado gastos y esfuerzos para rescatarlo de un inmerecido olvido y revelar su talento y sentir modernos. Y como suele suceder con las estrellas, las cifras son apabullant­es: 169 obras de las que 67 no habían salido nunca de sus coleccione­s y museos de procedenci­a (el British Museum, el Hermitage de Sant Petersburg­o, el Louvre de París...), aunque, reconocen, en la operación patrocinad­a por AXA ha resultado decisivas la colaboraci­ón del MNAC y el Museo Fortuny de Venecia. Y aún hay más: 12 de las obras expuestas son inéditas para el público.

Es el caso por ejemplo de Camellos en reposo, una acuarela procedente de una colección privada de Nueva York que aporta un insólito punto de vista, muy bajo, magnifican­do las figuras de los animales y de sus guías, o el de El herrador marroquí, óleo que forma parte de una colección privada de Barcelona y del que existe otra versión en el MNAC. O el Estudio de silla de montar llegado de Bruselas y que se había conservado en el taller del artista hasta su muerte.

Más que desplegar una tesis, Barón ha centrado su empeño en reunir al mejor Fortuny, por la calidad de las obras o por su significac­ión,

Se trata de la mayor exposición después de la que le consagró el MNAC en el 2003

y las ha desplegado en un recorrido cronológic­o que muestra hasta qué punto su evolución estuvo ligada a sus viajes y cómo en el transcurso de su trayectori­a fue diversific­ando su obra a través de un amplio abanico de técnicas (óleo, acuarela, dibujo y aguafuerte), de las que fue un renovador. Uno de los alicientes de la muestra es ver cómo Fortuny estudiaba a los maestros antiguos a través de una serie de copias “que le permitían hacer un estudio riguroso y al mismo tiempo extraer lecciones para su propia pintura”, dice Barón. Las conservaba, a veces en- marcadas y colgadas en el estudio, y muchas de ellas, que ahora se exponen, fueron realizadas en el propio Museo del Prado tras su regreso de Roma: San Andrés de Ribera o el Inocencio X de Velázquez o La familia de Carlos IV de Goya, el pintor de quien más copias realizó ... “Cada día voy conociendo que hay más afinidad entre lo que él buscaba y lo que busco yo. Tengo un frenesí, un furor para producir, ¡y quién sabe lo que seré!”, le escribió a Tomás Moragas.

La muestra, salpicada de fotografía­s del artista, arranca con sus etapas de formación en Barcelona

La muestra recupera objetos artísticos y antigüedad­es que coleccionó el pintor

y Roma; su viaje a África por encargo de la Diputació para hacer de reportero gráfico para el batallón de voluntario­s catalanes al mando del general Prim, donde queda fascinado por la luz del sur y la autenticid­ad y frescura de sus gentes; el triunfo de su pintura en París sobre todo a partir de La Vicaría, por la que en 1870 percibió cerca de 70.000 francos y entra a formar parte de la escudería del marchante Adolphe Goupil, que lo hará rico pero lo encadenará a las leyes del mercado; su feliz estancia en Granada y, por último, el pueblo italiano de Portici, a los pies del Vesubio, donde por primera vez tiene oportunida­d de pintar el mar, a cuyas orillas juegan sus hijos desnudos.

La lista de obras que merecen atención es apabullant­e (del Fumador de opio del Hermitage al

Vendedor de tapices del Museu de Montserrat o Viejo desnudo al sol del propio Prado), pero aún hay más: la exposición muestra también al Fortuny coleccioni­sta que reunió en su atelier de villa Martinori en Roma un gran número de obras de arte y antigüedad­es, muchas de las cuales figuran hoy en destacados museos.

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EMILIA GUTIÉRREZ

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