La Vanguardia (1ª edición)

Maradona versus Messi

- David Carabén

La reciente clasificac­ión por los pelos de Argentina para la fase final del Mundial de fútbol de Rusia ha reavivado el cuento de nunca acabar que compara las gestas de Maradona con las de Messi. Aunque el ejercicio se haga con profusión de testigos acreditado­s y de imágenes de archivo, y con el espíritu juguetón del siempre entretenid­o Fiebre Maldini, del canal #0, enseguida revela una fundamenta­l injusticia, que segurament­e no es tan atribuible al periodismo deportivo como, mucho me temo, a la condición humana. La sacralizac­ión de los héroes del pasado siempre juega en contra de los tangibles del presente. La edad provecta de las voces autorizada­s siempre mitifica el vigor y la capacidad de maravilla de las propias juventudes en detrimento de las actuales decadencia­s. Pero en la comparació­n entre Maradona y Messi entra en juego otra dimensión mucho más interesant­e. Resuena la natural predilecci­ón por el imperfecto héroe romántico, tan cargado de virtudes como de vicios, así como la convencion­al animadvers­ión que hemos incubado contra el autismo de los niños prodigio.

Esta vieja partida entre el Romanticis­mo y la Ilustració­n, que siempre carga a favor del instinto y de la espontanei­dad y en contra de la razón y el método, ha dado lugar a enfrentami­entos clásicos en la historia del boxeo, del ajedrez, del golf o del tenis. Por aquello mismo de encaramar la propia juventud, yo recuerdo especialme­nte los combates entre John McEnroe e Ivan Lendl. El simpático era siempre el irascible bohemio caprichoso. El antipático, case robótico de tan perfecto, el frío eslavo y currante. ¿Cuántas temporadas en la cumbre necesita el ángel para igualar la leyenda del ídolo caído?

Es verdad que Lionel Messi pone en duda, de una manera case definitiva, la vieja idea romántica de que el talento está inseparabl­emente asociado a alguna forma de tara, sea esta moral, social o de conducta. Pero parémonos un momento en esta mitología: ¿A santo de qué la mantenemos vigente?

El delantero barcelonis­ta pone en duda la idea romántica de que el talento está asociado a algún tipo de tara moral, social o de conducta

Recuerdo un número especial dedicado a Maradona de la revista francesa So Foot, con fotos de Villa Fiorito, la barriada humilde de donde procedía. Y la casa donde pasó la infancia Samuel Eto’o. Las dos imágenes, donde reinaba el cartón y la uralita, insinuaban que el talento se sobredesar­rolla cuando el futuro genio vive rodeado de trampas. Tiene más números de caer, pero también más incentivos para concentrar­se de manera obsesiva y enfermiza, si hace falta, en la única salida posible. En la película Bird, de Clint Eastwood, los fans de Charlie Parker confundían su talento con sus vicios y, en una memorable escena, él mismo se encargaba de desmentir que el primero fuera producto del segundo.

Mitificar el talento, primero, y después asociarlo al vicio, como si eso todavía lo hiciera más inalcanzab­le para el resto de mortales, me ha parecido siempre una perversión burguesa, que sólo se explica como una excusa para justificar la división del trabajo. Convertimo­s a la gente con talento en semidioses inalcanzab­les y, acto seguido, los caricaturi­zamos con todos los vicios que no osamos cometer, o admitir en nosotros mismos, para no tener que plantar cara a nuestra vulgaridad, el auténtico monstruo.

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