La Vanguardia (1ª edición)

MANEL LLEDÓS

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Hijo y vecino de la Rambla de les Flors, Manel Lledós (1955) ya ejercía de pintor y profesor en Barcelona al poner el Atlántico de por medio. Le atraía la mitología neoyorquin­a de los abstractos expresioni­stas o la leyenda de los poetas beats, cosas que aún pasaban.

Sin embargo, al entrar en la tierra de las oportunida­des, le tocó hacer tareas duras. Hizo de pintor, aunque de brocha gorda, en hangares aeroportua­rios, colgado en andamios, con un frío que pelaba.

Aterrizó con un vuelo de la TWA dispuesto a no volver. Encontró a Miguel Saco por contactos. Se instalaron por un tiempo en un apartament­o de Chelsea y trabajaron en el mismo estudio, en el 538 de la calle 11, entre las avenidas A y B. “Era una zona muy conflictiv­o –rememora–, traían los coches robados, los desguazaba­n y les prendían fuego. Los apartament­os estaban quemados, desmantela­dos”.

Un día escapó de unos que le apuntaban con pistola y recuerda el “caliente, caliente”, que significab­a que había llegado material fresco. Luego, ya en Brooklyn, conoció a Robert Motherwell, a Louise Bourgeois o Sol Hewitt.

Y proyectó su carrera como pintor y profesor universita­rio desde Dumbo (Brooklyn). “Tenía una cama en el estudio, si pasaba de las cinco de la tarde, me quedaba, el metro era una ratonera”. A Dumbo hoy van riadas de turistas.

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