Aida Garifullina
SOPRANO
La soprano rusa Aida Garifullina (30) demostró ayer en el Liceu, en su papel de Juliette de la ópera de Gounod, que es mucho más que un talento emergente. Su voz cristalina, de agradable sonido, complació al público que llenaba el coliseo.
¿Lo tenía planeado el Liceu, estrenar en San Valentín una ópera que es paradigma del amor romántico? No es probable, seguro que es fruto de la casualidad, aunque, uf, el márketing avanza peligrosamente. Sólo hay que fijarse en el cartel que cuelga en la Rambla, que parece prometer unas 50 sombras de Romeo (sin sado) en lugar de ese Lo que el viento se llevó en el que el público –que ayer abarrotaba el Liceu al 99%– ve sumergidos a Romeo y Julieta en escena, una traslación ideada por el escocés Stephen Lawless.
Bromas aparte, Roméo et Juliette, la versión operística que Chales Gounod compuso sobre el clásico de Shakespeare, subía anoche al escenario de la Rambla enfrentando no ya a las familias de Capuletos y Montescos sino a los estados de la Unión y los Confederados. El hecho de que esta coproducción del Liceu y la Santa Fe Opera se estrenaba antes en la ciudad de Nuevo México llevó a Lawless a trasladar la acción a la Guerra Civil de Estados Unidos, unos hechos del siglo XIX que coincidían con la época del compositor, y que además le permitían acercar a la actualidad la eterna lucha entre bandos. La aventura no le fue mal. Lawless hace una puesta en escena descriptiva y que va en busca del realismo, con hospitales de campaña incluidos, apelando al imaginario colectivo de un episodio histórico tantas veces abordado por el cine de Hollywood. Aunque con un resultado poco ágil.
Las enaguas que lucía Aida Garifullina –un primor de Julietta, juvenil, encantadora, que sedujo al público con su agradable “voz cristalina”, como señalaba una de sus fans rusas–, no distaban tanto de las que vestía el personaje de Shakespeare. Y también los blusones de Romeo eran al fin y al cabo un poco crossover. El figurinista y escenógrafo Ashley Martin Davis plantea un muro gris de fondo, un cementerio de nichos en semicírculo con los nombres de los difuntos brillando en la penumbra. La muerte se cierne sobre los protagonistas durante toda la trama, no en vano el reggista le ha dado la vuelta y recrea en la primera escena el luto por la muerte de los amantes.
Pero in situ se despojan todos del negro que visten para dejar asomar las galas del baile de máscaras. La finesse se impone en esta partitura. El compositor francés, que contó con los libretistas Jules Barbier y Michel Carré, había quedado prendado de muy joven con la historia de los desgraciados amantes durante un ensayo orquestal de la sinfonía dramática que les dedicó Berlioz a estos personajes. Josep Pons, el director musical del Liceu, que ayer llevó la orquesta con soltura, explicaba cómo Berlioz fue una constante en la mente de Gounod.
En el primer de los cinco actos, Julietta canta la famosa aria/vals “Je veux vivre”. Aplausos, por supuesto, para Garifullina, que lució una deliciosa afinación mientras jugueteaba descorchando una botella de champán, con la ligereza vocal de quien canta en la ducha. Luego
La soprano rusa se llevó junto a Pirgu la mayor ovación de los siete minutos de aplausos finales
fue Saimir Pirgu el que se llevó el aplauso con “Ah! lève-toi, soleil”. Pero el público entendido esperaba a la soprano en la esquina, es decir: hasta que no alcanzara el aria “Dieu! Quel frisson court dans mes veines!” no había nada garantizado. Y llegó el momento. La emoción fue por barrios en una platea abarrotada en el dúo de amor y muerte final. La diva rusa, con porte de modelo y ademanes de actriz millenial, resultó vocalmente un poco fría en tan tormentoso pasaje.
Aplausos finales: 7 minutos. Y en el palco de notables, el delegado del Gobierno en Catalunya, Enric Millo, el de Cultura de la Diputación Juanjo Puigcorbé, y el cónsul francés, Cyril Piquemal, muy ufano.