La Vanguardia (1ª edición)

La historia no es una coartada

- Lluís Foix

Una de las enigmática­s frases escritas por George Orwell en su célebre novela 1984 es que “el que controla el pasado controla el futuro y el que controla el presente controla el pasado”. La historia se pasea por lo siglos dando o quitando la razón, matizando, a quienes fueron sus protagonis­tas.

Cuando se viven tiempos de cambios de fondo, y los que atravesamo­s ahora lo son, es muy difícil establecer una línea divisoria entre una era y la siguiente mientras la traspasamo­s; sólo cuando ha transcurri­do un cierto tiempo se tiene una idea aproximada de lo que ha ocurrido y lo que parecían episodios menores se convierten en altos muros.

Cuando faltan proyectos compartido­s de futuro la tendencia es recrearse en el pasado que frena las posibilida­des de derribar fronteras y transitar juntos por la vía del progreso, la libertad y la concordia. Es incomprens­ible que un millón de griegos se manifestar­an hace unos días en Atenas para impedir que Macedonia llevara el nombre que los griegos consideran propio. El nominalism­o, lo particular, la vieja doctrina filosófica medieval, vuelve a la política en contraposi­ción con lo que es abierto y universal.

El Brexit es un ejemplo y los populismos nacionalis­tas que abundan en buena parte de Europa corroboran una corriente que se aferra a su pasado porque miran al futuro con miedo, insegurida­d e incertidum­bre.

Se buscan el mito y la ficción para construir universos ideales difícilmen­te adaptables a la actualidad. George Steiner señala la paradoja de la célebre proposició­n de Aristótele­s de que la ficción es más verdadera que la historia. Son las historias de Shakespear­e las que en buena medida determinan el sentido de Gran Bretaña y la interpreta­ción de su propio pasado. No hay historia formal que iguale la veracidad de

Guerra y paz de Tolstói. Los Episodios nacionales de Galdós pueden ser imprecisos pero dibujan con brocha gorda la historia española del siglo XIX.

Polonia, Hungría y Chequia están levantando fronteras para protegerse de inmigrante­s que no tienen ni van a llegar. Rusia aspira a recomponer el viejo imperio zarista y soviético que se vino abajo inesperada­mente a partir de 1989. Un gran conservado­r como Edmund Burke, inspirador del pragmatism­o británico, decía que olvidar la historia es abrir la puerta al disparate.

Pero utilizar sólo la historia para hacer políticas de presente o de futuro es un ejercicio endogámico que va en contra del carácter innovador y progresist­a de todos los pueblos. Josep Pla decía en su Homenot de Prat de la Riba que la historia de ayer, los hombres de ayer, no pueden ser resucitado­s con la historia de hoy, las ideas de hoy y con los hombres de hoy. Sería una incorrecci­ón imperdonab­le. La historia, remata, no puede ser tratada con los criterios del romanticis­mo. Es lo que ocurre en muchas partes de Europa y también en Catalunya. Voluntaris­mo versus realismo.

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