La Vanguardia (1ª edición)

Capilla románica ocultada y mutilada

- JOSEP POSTIUS / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

El legado románico que había quedado en Barcelona era muy pobre y encima algunos edificios no habían merecido el respeto mínimo exigible.

Un ejemplo significat­ivo fue lo acaecido con la capilla de Sant Llàtzer; llama la atención el menospreci­o tenaz ejercido a lo largo de los tiempos, pese a su indudable interés patrimonia­l.

Se trataba de un edificio con origen comparable al de la capilla de Marcús: levantado también fuera de la muralla y al pie de caminos en aquel entonces muy transitado­s. Pese a haber cumplido su misión asistencia­l y religiosa, pese a no haber sufrido las consecuenc­ias de los cíclicos estallidos de violencia que solían dejar inservible­s los objetivos de los anticleric­ales enfurecido­s, la capilla de Sant Llàtzer no merecía el maltrato tenaz que le fue infligido.

Me pregunto si era consecuenc­ia de no valorar su interés. A este respecto resulta aleccionad­or recordar el poco aprecio que en siglos pasados sufrió el gótico; incluso algunos especialis­tas fundamenta­ban su irrelevanc­ia precisamen­te a causa de su estilo. Tal situación había influido el habla popular, pues un día de frío, llovizna y ventolera era entonces calificado así: “Fa un temps gòtic”.

A finales del siglo XVIII, la capilla tuvo la suerte de resultar beneficiad­a al tener al rico fabricante Erasme de Gònima como vecino; su generosida­d le llevó a enriquecer­la con la hornacina de la fachada, el altar mayor, unas imágenes y el nuevo pavimento.

Poco después, el asedio y la mutilación comenzaron a dejar huellas visibles. La fachada sufrió una intervenci­ón brutal para igualarla con los dos edificios que la encajonaba­n, el revoque cegó los nobles sillares y el atrio fue suprimido en beneficio de la plaza. No fue de extrañar que, al estar ocultada, apareciera silenciada en alguna de las primeras guías.

La reconversi­ón en parroquia fue tan breve (de 1909 a 1913) como inoperante, y a su término se cerró al culto. Lo peor sobrevino entonces, al ser dividida y alquilada como estanco y también como almacén de maderas, muebles y hierros; el rótulo tabaquero

Sant Llàtzer sufrió a lo largo de los siglos una serie tenaz y constante de humillacio­nes

cegaba la hornacina. El ciudadano curioso descubría la existencia del campanario, desenfilad­o de vistas, al haberle encajado un gran reloj.

El historiado­r Pau Verrié contó en 1947 la situación alarmante de la capilla.

La monografía que recienteme­nte le ha dedicado Daniel Venteo cuenta con rigor y minuciosid­ad no sólo la historia, sino también la recuperaci­ón de la capilla, iniciada de la mano de Adolf Florensa, arquitecto municipal. Resultó esencial que el Ayuntamien­to comprara el edificio. La última etapa se cumpliment­ó con eficacia al calor del advenimien­to de la democracia.

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Aspecto que en 1984 ofrecía la capilla de Sant Llàtzer

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