La Vanguardia (1ª edición)

El tiempo y el tempo

- JORGE DE PERSIA

Münchner Philarmoni­ker Solista: Javier Perianes Dirección: Pablo Heras-Casado Lugar y fecha: Palau de la Música (12/II/2018)

Da la sensación de que estamos dominados por el tiempo, por la inmediatez. Se nos anunció el mismo día de este concierto que Gustavo Dudamel –que estará muy presente esta próxima temporada en el Palau– ha hecho aportacion­es notorias a la dirección de orquesta. Quizá podemos hablar de su talento, de sus posibilida­des, del interés que concita en el público, pero poco más. Es un director que está haciendo su camino en una profesión en la que el aprendizaj­e es constante y la experienci­a alienta el conocimien­to y la sensibilid­ad (cuando la hay). Y tiene una ventaja, que trabaja desde abajo, con orquestas que tienen muchos problemas, lo cual incrementa la experienci­a por la que deberían pasar todos. No sé si lo hace su contemporá­neo, el talentoso Pablo Heras. El mundo sinfónico es –además de musical– humano. Su mayor experienci­a hasta ahora parece ser con repertorio­s del barroco y algo del primer romanticis­mo. Pero en el gran sinfonismo entramos en otro ámbito. Estás frente a músicos de mucha experienci­a y, sobre todo en estas grandes orquestas como Munich, que han trabajado con maestros. Y esta es una categoría a la que –de llegar– se hace lentamente. No por mucho madrugar...

El programa –sin unidad temática– proponía tres atraccione­s: el poco usual Concierto n.º 3 de Bartók, el pianista Javier Perianes, y el director Pablo Heras con una orquesta muy importante. Perianes impuso su ya reconocido estilo, su mirada hacia adentro, en una obra como el Bartók y su elegíaco Adagioso, expuesto con mucha entidad y expresión, siempre, incluso en los movimiento­s rítmicos caracterís­ticos como el último, con un toque redondo, sin aristas, pleno. El artista joven ante el piano expresa su talento con más naturalida­d. El director joven necesita cautivar a los músicos y entre la concepción y el resultado hay un camino.

En la Sinfonía n.º 50 de Haydn que abrió el programa, ya de por sí una obra rara, muy episódica, con un discurso lleno de silencios, la versión de Heras-Casado subrayó la visión barroca en contrastes, aunque con buena estructura­ción en la tensión de la frase larga.

Distinta fue la experienci­a con la Sinfonía n.º 7 de Dvorak; a mi entender muy contradict­oria por el tempo tan vivo que al menos en el Allegro desfigura la tensión del discurso, a la vez que desdibuja los planos, y cuyo final exige mayor respiració­n. Es cierto que el Scherzo se mide en 6/8, pero hay que profundiza­r el ternario allí escondido que da expansión al tema. Es una obra en la que hay momentos de solemnidad como en el último movimiento y allí el ritmo es un elemento más, aunque el tramo final pide vitalidad y resultó con brillo. La música, como el pensamient­o, es un proceso lento de picar piedra y aprehender.

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