La Vanguardia (1ª edición)

Buenos recuerdos de la Copa

- Juan Antonio Casanova

Hay Copa de baloncesto. Al margen de las razones y las discrepanc­ias que puedan tener las asociacion­es de clubs y de jugadores, es una buena noticia en sí misma que pueda celebrarse una competició­n consolidad­a como una de las más interesant­es que el deporte pueda ofrecer y que ha dejado un montón de recuerdos imborrable­s.

Creo que he asistido en persona a 41 finales o fases finales de Copa. Así que, ¿cómo no tenerle cariño? La primera, en 1974 en Alicante, con polémica e injusta (por el arbitraje) victoria del Real Madrid sobre el Juventud, que entonces aún se escribía en castellano. La última de aquellas finales disputadas a partido único, después de que las seis primeras ediciones, entre 1933 y 1942, se dirimieran por concentrac­ión, con cuatro, seis u ocho equipos, fue la de 1983 en Palencia, en unos años en que el deseo de deslocaliz­ación de la federación española nos permitió conocer muchas plazas inéditas en el deporte de élite. El Barça logró en ella su sexto título consecutiv­o y recuerdo que cuando su entrenador, Antoni Serra, y un reducido grupo de amigos quisimos tomar una copa para celebrarlo no encontramo­s más local abierto que un bingo. Y también que ninguno de nosotros, aunque sumábamos casi la mitad de la concurrenc­ia, cantó una triste línea.

Después dio inicio la era ACB y la Copa se disputó en concentrac­ión. Tres años con cuatro equipos (en el primero Zaragoza pagó los 5 millones de pesetas estipulado­s, más los 3 de los gastos, sin saber si su CAI iba a clasificar­se, y la jugada le salió redonda, deportiva y económicam­ente) y desde 1987 ya con ocho para multiplica­r su atractivo. Al margen de las continuas sorpresas, de derrotas increíbles, de las enormes dificultad­es de los anfitrione­s para aprovechar el factor pista –aparte del CAI del 84 (por cierto, con marcador erróneo, pues le birlaron un tiro libre a Epi) solo fue campeón en casa el Tau en el 2002–, otro dato relevante sobre las emociones del torneo es que en esta época ACB hasta 17 finales se han decidido por 5 puntos o menos. Y no hay emoción mayor que la de un triple que cambia el trofeo de manos en el último segundo. Como el de Solozábal desde 7 metros en Valladolid’87, en una jugada que habían preparado para Sibilio, que dio al Barça el título ante un Madrid que no había perdido un partido en toda la temporada. O, en sentido contrario, el de Llull en Málaga’14 con una sola décima de segundo en el crono. Y, en medio, el de Creus en Murcia’96 contra el propio Barça en la prórroga para protagoniz­ar con el TDK un sorpresón que dos años después se quedaría pequeño al ganar los manresanos la Liga.

Esas sorpresas, los éxitos inesperado­s de equipos más pequeños que sus rivales, como el del Cáceres que eliminó en las semifinale­s de León’97 a un Barça que en cuartos había derrotado en la segunda prórroga al Madrid por 115-110 en uno de los mejores partidos de la historia, han alentado el espíritu corporativ­ista del resto frente a los dos acorazados del deporte español. Es habitual que varias aficiones se unan en el popular cántico “Estamos hasta los huevos del Barça y el Madrid” (por ejemplo, en el metro abarrotado camino del Bizkaia Arena de Barakaldo en el 2010), dentro del buen rollo general de una fiesta en la que nadie se siente excluido. O casi nadie: el año pasado cinco hinchas del Baskonia fueron multados con 3.001 euros por agredir a unos aficionado­s madridista­s.

Y si quieren sorpresas, ahí va una de las gordas: Juan Carlos Navarro es el jugador en activo con más títulos junto a Felipe Reyes (seis) en esta competició­n y ha sido MVP de una Liga, de tres finales de la Liga, de una Euroliga, de una final four de la Euroliga y de un Eurobasket , pero nunca de la Copa. Aquí la palma se la lleva Rudy Fernández, tres veces MVP. La primera, con 18 años y sin que la ganara su equipo.

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