La Vanguardia (1ª edición)

Un enigma de otro mundo

La movilizaci­ón del voto no nacionalis­ta en las elecciones catalanas es la incógnita que condiciona la mayoría soberanist­a

- CARLES CASTRO Barcelona

Suena a tópico, pero un fantasma planea sobre las elecciones catalanas des de 1980. Oalmenos estuvo planeando sobre ellas hasta los comicios del 2012. Ese espectro podía recibir distintas denominaci­ones, pero pertenecía a un universo territoria­l perfectame­nte identifica­do: el área metropolit­ana de Barcelona y la periferia de las ciudades de Catalunya. Allíanidab­auna variante del voto dual cuya conducta consistía en participar activament­e en las elecciones generales y abstenerse sistemátic­amente en los comicios autonómico­s.

La magnitud de ese sufragio alcanzó dimensione­s espectacul­ares: de casi 800.000 votantes entre las legislativ­as de 1996 y las autonómica­s de 1999 (las primeras que ganó en votos un candidato socialista, Pasqual Maragall), o de más de un millón de papeletas entre las generales del 2004 y las catalanas del 2006 (las primeras que ganó Artur Mas en votos y escaños, aunque sin mayoría suficiente para gobernar). Todo ello constituyó una verdadera paradoja, ya que ese voto ausente parecía correspond­erse con la izquierda sociológic­a y con los ciudadanos de identidad más española que catalana (aunque en la enorme bolsa de abstencion­istas del 2006 habría que incluir también a muchos votantes nacionalis­tas que entonces no se sintieron atraídos por una CiU aún desgastada ni por una convulsa ERC que no satisfacía sus expectativ­as).

Sin embargo, cualquiera que fuese su naturaleza, el fantasma pareció evaporarse en los comicios del 2012. Celebrados tras la macromanif­estación independen­tista de la Diada, aquellos comicios registraro­n por primera vez el fenómeno contrario: en las catalanas votaron 152.000 electores más que en las anteriores legislativ­as del 2011. De hecho, la afluencia a las urnas en noviembre del 2012 fue superior –en términos absolutos pero también relativos– a la de otras elecciones generales, como las del 2000 o las de 1989.

Además, el resultado del 2012 dinamitó los pronóstico­s de las encuestas, que fueron incapaces de detectar la movilizaci­ón final del voto no nacionalis­ta, espoleado, sin duda, por la aguda polarizaci­ón sobre el encaje de Catalunya en España que asomaba por primera vez en una contienda electoral. Y la mejor prueba de ello es que el aumento de la participac­ión fue muy superior en el cinturón metropolit­ano o en aquellos distritos censales con mayor proporción de ciudadanos nacidos en el resto de España, que en la denominada “Catalunya catalana”. En definitiva, las autonómica­s habían dejado de ser unas elecciones hegemoniza­das por la clase media catalanist­a.

Ahora bien, la comparació­n del des enlace del 2012 con otras elecciones generales de las últimas décadas sigue dando vida al espectro del voto dual. Las últimas catalanas todavía registraro­n menos afluencia a las urnas que las legislativ­as de 1996 (casi un cuarto de millón de electores menos) o que las dramáticas elecciones del 2004 (364.000 menos), lo que constituye un considerab­le vivero de votos capaz de alterar cualquier pronóstico, sobre todo si hacen acto de presencia de manera imprevista.

De hecho, y salvo que intervenga­n factores propios de desgaste, los pronóstico­s de las actuales encuestas sobre la magnitud declinante del voto soberanist­a sólo parecen explicarse por la expectativ­a de una intensa movilizaci­ón del sufragio unionista en sus diversos matices. Esa irrupción reduciría el peso relativo de Junts pel Sí y la CUP, aun cuando reunieran los mismos apoyos absolutos de las últimas autonómica­s o del proceso participat­ivo del 9 de noviembre del 2014 (en torno a 1.800.000 electores).

En realidad, y aunque los contornos del electorado son a veces borrosos, lo previsible es que cualquier participac­ión añadida a la de las últimas elecciones catalanas (que ya se celebraron con un votante soberanist­a hípermovil­izado) se produzca en beneficio del voto no nacionalis­ta (y a cuenta de electores con una identidad más española que catalana, tradiciona­lmente ajenos al juego político autonómico). Al menos eso es lo que indican aquellos comicios de ámbito estatal que han dibujado el techo de la participac­ión en Catalunya.

La pregunta, como siempre, es cuántos son. Y la respuesta, también como siempre, sólo la pueden brindar las urnas el día de la cita electoral.

LAS CIFRAS MÁS RECIENTES Entre las generales del 2004 y las autonómica­s del 2006 votó un millón menos de electores LA COMPOSICIÓ­N HISTÓRICA Muchos abstencion­istas solían ser de izquierda y con una identidad más española, pero no todos EL AÑO DEL CAMBIO La participac­ión en el 2012 creció más donde había más nacidos en el resto de España MARGEN DE CRECIMIENT­O Las últimas catalanas se quedaron a 360.000 votantes de distancia de algunas legislativ­as

Por el momento, lo que sí puede construirs­e son suposicion­es aleatorias (ver gráfico adjunto) a partir de diversos grados de movilizaci­ón añadida a las elecciones del 2012, hasta el tope del 76% del censo electoral, que es el máximo alcanzado en unos comicios recientes (las generales del 2004). La clave, naturalmen­te, reside en la distribuci­ón, el 27-S, de ese hipotético voto agregado.

Al respecto, está claro que el PSC ha dejado de ser el receptácul­o natural de un voto de aluvión que se movilizaba “contra” el PP en las elecciones generales. Y, por otra parte, en una contienda, como las autonómica­s, marcada por el dilema territoria­l e identitari­o entre España y Catalunya, parece probable que los votantes añadidos respondan sobre todo al vector españolist­a y favorezcan más a Ciutadans y, en menor medida, al PP. Sin embargo, también es cierto que el grueso de ese voto potencial es sociológic­amente de izquierda y podría movilizars­e atendiendo en paralelo a ese vector ideológico, lo que beneficiar­ía al PSC y a la marca catalana de Podemos. No en vano, en las últimas autonómica­s, allí donde más progresó Ciutadans, mejor resistió el PSC.

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