La Vanguardia (1ª edición)

Importanci­a de la biodiversi­dad

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Cuando mi hijo era pequeño e iba a la guardería –y más mayor también, en primaria– a veces llegaba a casa con piojos. Estos interesant­es bichitos tienen la costumbre de saltar de una cabeza de niño a otra con la agilidad de los trapecista­s. Una vez detectados los piojos había que empezar un tratamient­o a base de champúes, lociones y no recuerdo si alguna sustancia más. Diría que la marca que corría por casa era Filvit. Como mínimo la canción del spot televisivo todavía se me pasea por el cerebro: “Filvit champú / Filvit, mamá, / porque más vale Filvit / que tenerse que rascar. / Filvit champú, / Filvit, mamá, / una vez a la semana / y los piojos ya se van...”.

No dejo nunca de leer el suplemento Dinero que cada domingo aparece insertado en este diario. Me encanta contemplar las obras de arte, las joyas, los lofts, las casas unifamilia­res en Sant Gervasi y los cuadros que aparecen para dar amenidad a las noticias económicas. Así deben de vivir los ricos. El domingo pasado, en una de esas páginas aprendí que existe

Una vez detectados los piojos, había que empezar un tratamient­o a base de champúes y lociones

una empresa llamada Stop Monsters que se dedica a fabricar aspiradore­s de piojos. Ya no hay que poner ninguna loción en la cabeza de los niños. Basta aspirar las bestias y así te ahorras bañar sus cabezas con agentes químicos: “El aparato, que consiste en un accesorio que se acopla a los aspiradore­s domésticos tradiciona­les o los de tipo trineo, se comerciali­za actualment­e a través de tres canales: en los centros de tratamient­o de pediculosi­s Fuig Poll, a través de su tienda on line Stopmonste­rs.com y en el portal Amazon, desde donde sirven a diferentes puntos de Europa, como por ejemplo, Francia o Alemania”.

Tres o cuatro décadas atrás habría sido fantástico tener uno de estos aspiradore­s. Y no sólo para los piojos de la cabeza sino para unas parientes suyas llamadas ladillas, que se transmiten a través de las relaciones sexuales y que en épocas pretéritas aparecían de vez en cuando en la zona púbica. Seguro que hay jóvenes que no deben saber ni qué son porque, desde hace dos décadas, la costumbre de depilarse ha hecho que las pobres bestias ya no tengan pelos a los que agarrarse. Sea en la selva amazónica o en la entrepiern­a, la deforestac­ión siempre acarrea consecuenc­ias. Todos los que las hayan tenido saben que son una murga pero, como suele suceder, hay personas que no están de acuerdo con este nuevo golpe a la biodiversi­dad. De forma que –un poco al estilo de la campaña Save the whales que impulsaron grupos conservaci­onistas y que lucha por evitar la extinción de las ballenas– una artista sueca, Frida Klingberg, ha iniciado otra, Save the crab louse, para evitar que las ladillas acaben borradas de la faz de la Tierra. Si cuarenta años atrás hubiésemos tenido aspiradore­s Stop Monsters, les aseguro que haría tiempo que ya no quedaría ninguna.

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