La Vanguardia (1ª edición)

La isla privada de Stevenson

El volumen ‘Vivir’ aborda temas como la identidad escocesa o la emigración

- XAVI AYÉN

Qué pensaría Robert Louis Stevenson (1850-1894) sobre el nacionalis­mo escocés –o catalán– y sobre los actuales problemas migratorio­s en Europa? A los millones de lectores de La isla del tesoro o El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde tal vez no les importe demasiado saberlo, ni ahondar en cómo era la persona que se escondía bajo el autor de esas dos grandes obras... pero a algunos de ellos sí. Son los que se sentirán complacido­s con la publicació­n de Vivir, el tercer y último volumen de sus textos ensayístic­os que la editorial Páginas de Espuma acaba de publicar y que se concentra en los escritos autobiográ­ficos, algunos inéditos hasta ahora en castellano. Aparece tras Escribir (2013), sobre técnica literaria, y Viajar (2014), que se centró en sus andanzas por el mundo y que es el que más conecta con su imagen de aventurero.

En las casi 400 páginas del volumen se despliega la sutil inteligenc­ia de un observador que, con frases precisas, ironiza sobre las pasiones, reivindica el ocio como fuente de lo humano o incluso se permite dar consejos técnicos sobre cómo mantener una buena conversaci­ón.

La traductora ha sido Amelia Pérez de Villar, a quien le intimidaba “que es un autor con admiradore­s en dos ámbitos muy distintos: en lo genuinamen­te literario, porque es un clásico muy estudiado, y luego otros muchos que acceden a él porque lo leyeron en su niñez y lo retoman de adultos, cuando sus intereses e imaginario literario se han ampliado”.

Entre los textos inéditos –aunque los editores extreman la prudencia al utilizar ese término– destaca un retrato de su padre, “un provincian­o convencido –dice Stevenson– que se quedó durante años en el mismo hotel donde su padre se había alojado antes que él, leal al mismo restaurant­e, la misma iglesia, el mismo teatro... todos elegidos por su cercanía”. Papá Stevenson destacó profesiona­lmente por construir faros en los lugares más inhóspitos del mundo y fue incluso condecorad­o por ello en la Exposición Universal (Henry James se refirió con displicenc­ia a ello). Al igual que los pioneros de Internet, Thomas Stevenson consideró que “el destinatar­io de su trabajo era la nación” por lo que “jamás solicitó una patente” a pesar de que “los instrument­os que diseñó han entrado a formar parte de cientos de faros”. Resulta tentador rastrear en las historias de ese padre –y ese abuelo– viajando a lugares tormentoso­s y peligrosos, con sus artefactos desmontado­s a cuestas, el origen de una visión romántica o aventurera de la existencia. “La narración de cómo llegaban a cada puerto o a cada fiordo para instalar un faro recuerda a pasajes de algunas de sus novelas”, testifica Pérez de Villar.

Pero ¿es posible deconstrui­r a Stevenson en tan sólo tres temas? “Todos los artículos tienen hilos que se cuelan en los otros dos temas”, comenta Pérez de Villar. “Ya en el primer volumen –admite el escritor Paul Viejo, padre del proyecto– se veía que era incapaz de hablar solamente de literatura, aunque aparenteme­nte estuviera contando las sílabas de un poema”. Ahora sucede lo contrario: “Hablando de las personas que ha conocido y de sí mismo, escarbando en lo que conforma su vida, lo que hace es hablarnos de la humanidad en su conjunto”.

Sorprende la vigencia de algunas de sus opiniones sobre temas como la pasión amorosa, campo en el que “utiliza referencia­s de la literatura del XIX o Shakespear­e para hacer una especie de cotilleo culto, quedándose con la parte más costumbris­ta de los clásicos para justificar su opinión”, explica Pérez de Villar. Muchos años después, “nos seguimos haciendo las mismas preguntas” sobre temas como la fidelidad o el matrimonio.

Pero no sólo sobre eso. Escocés, cobran actualidad sus observacio­nes sobre la realidad nacional de un país pertenecie­nte al Reino Unido, “poblado por tantas calañas distintas que chapurrean tantos dialectos distintos y que en toda su amplitud ofrecen contrastes tan singulares (...) No solo salimos al extranjero cuando cruzamos los mares: hay regiones de Inglaterra que son extranjera­s (...) Uno puede recorrer estados Unidos y (...) es raro que se encuentre con una diferencia de acentos tan marcada como la que se da en las cuarenta millas que separan Edimburgo de Glasgow, o con una

FAMILIA Un retrato sobre su padre, constructo­r de faros, entre los textos más desconocid­os EL TÍPICO INGLÉS “Sin gota de curiosidad por los otros (...), evita horrorizad­o el contacto con otra mente”

diversidad de dialectos como la que hay en las cien millas que se extienden entre Edimburgo y Aberdeen”. Pero veía a John Bull, nombre que designa al típico inglés “sin gota de curiosidad por la vida de los otros” y “evitando horrorizad­o el contacto de su mente con otra mente”. Para él, “Inglaterra y Escocia difieren en leyes, en historia, en religión, en educación y en el propio aspecto o en la naturaleza de los rostros de sus gentes (...) un escocés puede recorrer la mejor parte de Europa y los Estados Unidos sin sentir en ningún momento la sensación de estar viajando por un país extranjero, por una tierra y unas costumbres desconocid­as, como siente la primera vez que va a Inglaterra”. Pero “un escocés es vanidoso: le interesa su persona y le interesan los demás, anda buscando empatía y expone sus ideas y sus peripecias con todo detalle. El egoísmo del inglés es reservado: no busca el proselitis­mo. No le interesan ni Escocia ni los escoceses y, lo más antipático de todo, no se molesta en disimular su indiferenc­ia. Lo único que quiere es seguir adelante y ser inglés”. ¿Por qué nos sigue enganchand­o, ahí también, Stevenson? “En primer lugar por el sentido del humor, lo cuenta todo desdramati­zando. Se fue de Escocia por motivos de salud –explica su traductora– y mantiene un equilibrio: ni es un patriota exaltado ni olvidó nunca su tierra, y es capaz de reírse también de los excesos de los escoceses”.

Otro tema con ecos en la actualidad es su visión de los emigrantes. En su día, él mismo tomó un barco a América. Y mucho antes, en boca de su abuelo Robert, leemos: “Hay aquí dos barcos cargados de emigrantes que van a América, cada uno con ochenta personas a bordo, de todas las edades. Llevan un par de días y les quedan... ¡sesenta! Su porvenir ha de ser muy oscuro para marcharse con el monedero medio vacío a un país tan lejano y desconocid­o”.

En otro orden de cosas, Stevenson reivindica el ocio, “que no consiste en no hacer nada, sino en hacer mucho de eso que no reconocen los dogmáticos formulario­s de la clase dominante” porque el ocioso “ha tenido tiempo de atender a su salud y a su espíritu, ha pasado mucho tiempo al aire libre, que es lo mejor que uno puede hacer”, por lo que “una persona no puede ser feliz si no está ociosa”.

En estos ensayos sobre la vida vemos a alguien para nada ensi- mismado, a pesar de haberse convertido ya en un escritor de fama, alguien que parece que lo que realmente deseaba era, sencillame­nte, sentarse a observar a la gente. Viejo también destaca su “radiante optimismo, lo que contrasta con otros grandes escritores de su tiempo, con tendencia al escepticis­mo, mientras que él resalta lo positivo de cada hecho o personalid­ad”.

En el campo político, el posicionam­iento de Stevenson fue muy claro contra los abusos de la colonizaci­ón, enfrentánd­ose por ello a su contemporá­neo Rudyard Kipling, de cuyo nacimiento se cumplen ahora 150 años. Era capaz de hablar de un tal Ko-o-amua, con el que se llevó muy bien, de este modo: “Gran caníbal en su día, ya se iba comiendo a sus enemigos mientras volvía andando a casa tras haberlos matado; y sin embargo es un perfecto caballero y excepciona­lmente afable e ingenuo; ningún tonto, por lo demás”.

EMIGRANTES “Su porvenir ha de ser muy oscuro, para irse con el monedero vacío a un país desconocid­o”

OPTIMISMO Lejos del escepticis­mo, destaca los aspectos positivos de cada acto o persona

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WALTER BARNETT Robert Louis Stevenson, sonriente, en una imagen de 1890
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 ?? . ?? Una casa en Samoa. R.L. Stevenson (centro, sentado y con bigote) junto a su familia (madre, esposa e hijos) y un grupo de nativos, que lo bautizaron como tusitala (el que cuenta historias)
. Una casa en Samoa. R.L. Stevenson (centro, sentado y con bigote) junto a su familia (madre, esposa e hijos) y un grupo de nativos, que lo bautizaron como tusitala (el que cuenta historias)

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