La Vanguardia (1ª edición)

El griterío de La Zaranda

El grito en el cielo

- JOAN-ANTON BENACH

Autor: Eusebio Calonge

Director: Paco de la Zaranda

Lugar y fecha: Teatro Romea (8/IX/2015)

Una vez más, los gritones de La Zaranda invaden el espacio escénico, esta vez, con la queja y la protesta amplificad­as al máximo. Los efectos intimidato­rios que un sonido escandalos­o produce en cualquier auditorio los conocen bastante bien Eusebio Calonge y Paco de la Zaranda, autor y director de El grito en el cielo. Esta vez, sin embargo, el sonido no puede ser el de un grito cualquiera, sino un bramido capaz de conmover las más altas potestades además de terrenales y, de paso, abatir a los pobres humanos que hemos sido invitados a ver cómo son tratados los clientes de La Nueva Alborada. He ahí una residencia póstuma, donde los internos son criaturas humanas desesperan­zadas por la ciencia, seres que todavía jadean, caminan dando pasos vacilantes, emiten palabras... Son carne y cerebros que se aferran, a pesar de todo, a un último incierto relámpago de esperanza.

Quien no haya visto nunca a La Zaranda –Teatro Inestable de Andalucía la Baja, según propia definición–, El grito en el cielo le puede impresiona­r positivame­nte por el lenguaje de esta compañía que, como ninguna otra, ha sabido combinar con una constancia insólita, la crueldad, el humor, la bondad y la poética. Heredera de estéticas de los independie­ntes de los primeros años setenta del siglo XX, con los elementos que digo, La Zaranda hace unas mixturas curiosas, con el predominio de uno u otro, sin embargo, siempre con una inevitable semejanza entre ellas.

Es probable que la voluntad poética sea la motivación constante que late en cada una de las propuestas del grupo, una motivación, que, de todos modos, y a mi entender, estaría mal expresada en su último espectácul­o. En El grito en el cielo, en efecto, la poesía parece engullida por el obsesivo deseo de los cuatro internos de La Nueva Alborada de querer escaparse del centro y de las obligacion­es que les impone una severa monitora.

El avanzado deterioro físico y mental de los residentes, es decir, la crueldad con que la compañía andaluza suele presentar sus colectivos desde el punto de vista gestual y verbal, no es obstáculo, esta vez, para que aquel deseo vehemente de huir de un establecim­iento que les tiene condenados a muerte los lleve a una resurrecci­ón imaginaria, exageradam­ente efectista, empujados por el Coro de los Peregrinos de Tanhäuser. Fragmentos de la ópera de Wagner, que inspiran a unos personajes de disfraz grotesco, asaltan la banda sonora del espectácul­o, donde, entre otros apuntes, se escucha con nitidez el canto del Adoro te devote..., uno de los himnos eucarístic­os de santo Tomás de Aquino.

Respecto al montaje de El grito en el cielo, hay que destacar el acierto que Paco de la Zaranda, consigue con unas jaulas individual­es –celdas, habitáculo­s, dormitorio­s...– que se mueven con gran ligereza y que sugieren las estancias y pasillos de la tétrica residencia. Un uso importante de este utensilio se reserva para el final de la propuesta. Erguido sobre su receptácul­o enrejado, y quieto como una estatua, cada residente insinúa una mirada desafiante dirigida hacia un indefinido horizonte celeste, mientras el coro operístico se hace más y más atronador: he ahí, como decía, la efectista salvación de los desventura­dos, he ahí una imagen muy MGM que dispara la ovación del receptácul­o, cuando el coro todavía va en alza. El truco es todo un clásico.

Si no se ha visto antes a La Zaranda, la obra puede impresiona­r por cómo combinan la crueldad y el humor

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