El samurái beato
Muy cerca del parque Rizal, bautizado así en honor del héroe nacional filipino, en el corazón de Manila, se erige el monumento al samurái Justo Ukon Takayama. Es una estatua que domina la plaza Dilao y representa al guerrero japonés vestido con el traje de combatiente, pero con la catana hacia abajo y con una imagen de Cristo en la empuñadura. Es un homenaje a este señor feudal que en el siglo XVII dejó de lado riquezas y honores por abrazar la fe católica y huir de Japón con 300 cristianos para refugiarse en Filipinas, que entonces era territorio español, en una época de represión del cristianismo en su país. Ahora, cuando se cumplen 400 años de su muerte, Takayama se ha convertido en el primer mártir nipón en ser beatificado individualmente por la Iglesia, tras estimar que sufrió humillación y castigos por promover la evangelización de Japón.
El samurái de Cristo, como también se conoce a Justo Ukon Takayama, fue proclamado beato el pasado martes en una ceremonia celebrada en Osaka, presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Fue el último paso de un largo proceso iniciado por la conferencia episcopal japonesa en el 2013, cuando propuso su beatificación. Un proceso que el papa Francisco aprobó en enero del 2016, tras considerar que había sufrido martirio por odio a la fe en 1615.
Y es que este señor feudal y samurái fue víctima de los tiempos convulsos que vivió Japón entre finales del siglo XVI y principios del XVII, dominado por las guerras entre clanes y la persecución religiosa. “Fue un personaje muy destacado de su época por su relevancia política y por esta posición sufrió muchísimo tras el bautismo”, dijo a Asia News Mario Bianchin, el superior general del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras en Japón, cuando se confirmó el proceso de beatificación.
Ukon, que nació en la prefectura de Osaka en 1522, fue bautizado a los 12 años por orden de su padre, que se convirtió al cristianismo y le puso el nombre de Justo. Tanto su padre como él, que ya practicaba el código de los samuráis, eran de una estirpe de señores feudales que tenían el derecho y el permiso de la Corte para contratar ejércitos privados.
Takayama ejerció de señor feudal y practicó su fe sin ser inquietado por los shogunes, o gobernadores militares, durante años. Pero todo cambió en 1587, a raíz de un edicto por el que se expulsó a los misioneros, desencadenó un largo periodo de persecuciones y desembocó en la prohibición del cristianismo. Por su rechazo a renegar de su fe fue privado de sus títulos y su estatus social. Perdió propiedades, honor y respetabilidad y pasó a ser un vagabundo perseguido por sus creencias religiosas.
Tras años de penalidades, el samurái de Cristo decidió exiliarse. En noviembre de 1614 se embarcó en Nagasaki, con su familia y 300 cristianos más, hacia Filipinas. A su llegada a Manila, el 21 de diciembre de 1614, fue acogido con entusiasmo por los jesuitas españoles y locales. Un grupo de ellos le propuso pedir apoyo a España para invadir Japón y proteger a los católicos nipones, pero Takayama se negó. No quería luchar contra su país y sus gentes. Sus principios se lo impedían, a pesar de haber sufrido persecución.
Pero Ukon tampoco sobrevivió mucho tiempo como refugiado. Estaba débil y enfermo y murió cuarenta días después de su llegada a Manila. Fue enterrado con honores militares y tres siglos y medio después, en 1977, se le erigió un monumento que simboliza la amistad entre Japón y Filipinas, a través de las comunidades religiosas. Fue el primer acercamiento entre los dos países tras la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, su figura aún es motivo de devoción. En Japón, muchos de los casi 500.000 católicos locales celebran peregrinaciones a los lugares en los que vivió, luchó y rezó. El paso del tiempo ha agigantado su figura y lo ha convertido en parte de la historia de su país.
Los católicos de Japón peregrinan a los lugares donde vivió, luchó y rezó el mártir