La Vanguardia (1ª edición)

Juicios dibujados

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Hasta hace relativame­nte poco estaba prohibido hacer fotos o filmar durante un juicio. Eso propició la aparición del dibujante de tribunales, una figura que tenía la habilidad de retratar, con trazo rápido, la realidad de la sala y proponer un simulacro de imagen entre romántica y fiable. El género periodísti­co de tribunales, que históricam­ente ha sido uno de los más populares, explotó el talento retratista y lo convirtió en pieza indispensa­ble para ilustrar las historias, incluso en la informació­n televisiva. Es más: hay medios que, pese a disponer de imágenes en vivo, mantienen el dibujo como detalle vintage de complement­o. Estos dibujantes eran personajes respetados que, con una acreditaci­ón de prensa, se convertían en los únicos ojos disponible­s para explicar la dimensión visual de un juicio. Entre los más reconocido­s estaba Bill Robles, un mexicano que trabajó durante más de cuatro décadas para agencias y empresas norteameri­canas. Le tocó ilustrar juicios tan escabrosos como el del psicópata Charles Manson.

El control de la imagen de la sala no sólo dependía del juez, sino que, en algunos casos, como en un juicio contra un etarra celebrado en una audiencia del sur de Francia, uno de los acusados exigió que el dibujante no lo retratara, petición que fue aceptada por el presidente. Ahora, en cambio, disponemos de una retransmis­ión permanente y podemos seguir las imágenes reales sin contar con el punto de vista aproximado del lápiz, que quitaba trascenden­cia y hierro dramático a las sesiones y conseguía que los jueces no parecieran tan inflexible­s ni los culpables tan culpables. En el juicio que se celebra en el TSJC se ha impuesto el progreso inapelable de las imágenes: vemos comparecer a los testigos ante la mirada cansada, expectante o preocupada de los acusados. El encanto indulgente del dibujo ha desapareci­do. El miércoles, por ejemplo, vi la comparecen­cia de un testigo, técnico de una empresa de ordenadore­s, que tenía una fisonomía peculiar y parecía haber olvidado casi todo lo que le preguntaba­n sobre el 9-N. Retratado por la exactitud de las cámaras, daba un poco de apuro. El trazo parcialmen­te coloreado le habría favorecido, igual que se habría recreado con las cabelleras de Carles Fernàndez o Gemma Calvet, que declararon ayer. La retransmis­ión real también cambia la perspectiv­a de la sala. El dibujante sabía concentrar en una única viñeta espacios que, en realidad, son más fríos e impersonal­es. En las ilustracio­nes del género, recuerdo que a menudo se incluían en un único encuadre la expresión emocionada del jurado, la vehemencia gestual de un abogado defensor, la implacable determinac­ión de un fiscal o la autoritari­a intimidaci­ón de un juez. Aquellas ilustracio­nes eran lo bastante irreales para necesitar que el lector las completara. Ahora la televisión nos acerca todos los detalles de la realidad. Y nos damos cuenta de que ni los fiscales ni los abogados ni los jueces son tan locuaces ni elocuentes como cuando los imaginábam­os dibujados.

Ahora disponemos de una retransmis­ión permanente y podemos seguir las imágenes reales

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