La vida es un musical
En las películas musicales, siempre tengo una duda: cuando se ponen a cantar y bailar, ¿eso ocurre de verdad o se lo imaginan los personajes? ¿Por qué justo después actúan como si nada hubiera pasado? Esa licencia del género también se da en la vida cotidiana. Por ejemplo, en el premio Biblioteca Breve.
Al Museu Marítim llegan autores de toda la Península, invitados por la anfitriona, Elena Ramírez, de Seix Barral. Entre ellos está Fernando Aramburu, miembro del jurado y cuya novela Patria (Tusquets) es un éxito. Tal vez le dio suerte el hecho de que, en la fiesta del año pasado, un ave le defecara en el hombro (¿fue una gaviota o un charrán?). También están los habituales en Barcelona, como Rodrigo Fresán, que presentará su nuevo libro el mismo día que McEwan, y amenaza con pasar lista. El ganador es Antonio Iturbe por A cielo abierto, una novela sobre Saint Éxupery, y Sergio Vila-Sanjuán está casi tan contento como si el premio se lo hubieran dado a él. De hecho, lo celebramos todos los periodistas culturales porque, en un momento u otro, Iturbe nos ha echado un cable cuando esta profesión, caprichosa cual amante, nos complicaba la vida.
También celebramos el cumpleaños de Víctor Fernández, de La
Razón, con un pastel de chocolate tras un menú demasiado saludable para el sector: una escolar crema de verduras, ensalada de quinoa, y radista acompañado de puré, del que Enrique Vila-Matas le roba un poco a Ignacio Martínez de Pisón aprovechando que ha salido a fumar. En la misma mesa, Jordi Gracia cuenta que ha llegado tarde a clase por culpa de Rodalies y se ha topado con la manifestación en apoyo a Mas, Ortega y Rigau (acabada la coreografía, ¿harán como en los musicales?). También están Paula Cifuentes, Philipp Engel y Marcos Giralt Torrente. No sé por qué, la conversación deriva hacia un medicamento para la próstata que combate la calvicie.
También se habla de temas litera- rios: ¿es Álvaro Colomer un autor
cipotudo por escribir sobre los soldados españoles en Irak? Muchos seguimos en danza hasta entrada la noche, primero en el bar Ámbar y luego en el clásico Giardinetto. Abandono cuando el hígado me trata de usted.
Al día siguiente es martes. Un martes cualquiera. Y todos actuamos como si el lunes no hubiera pasado nada. Se acabó el baile. Las entrevistas también son una puesta en escena. Nunca queda claro quién le teme más a quién, si el periodista a su escritor admirado o al revés. Para aclararlo, Sergi Pàmies y Carlos Zanón acompañan en la librería Altaïr a Xavi Ayén, en la presentación de La vuelta al mundo en 80 autores. Publicado por Libros de Vanguardia, el volumen recoge esas conversaciones que ha tenido con escritores de la talla de Ana María Matute, Paul Auster, Saramago o Zadie Smith. García Márquez le dio la gran exclusiva durante una entrevista que no iba a serlo. La Academia Sueca anunció a Vargas Llosa que había ganado el Nobel justo cuando Ayén estaba en su casa. Fernando Arrabal se fue a la primera pregunta. Conoció a Lipovetsky en los urinarios del CCCB.
Pàmies aconseja a los autores: haz que te entrevisten por la mañana, ya que entonces no habrás empezado con los gin-tonics y el periogú tendrá resaca, lo que os situará a un nivel similar. Aunque, bueno, Ayén nunca tiene resaca. De hecho, añade Pàmies, es un jugador de póquer: no sabes si tu novela le ha gustado y él parece saberlo todo de ti. “A veces se ríe por algo que has dicho –añade Zanón–, y tú no crees que fuera gracioso, así que te preguntas si has metido la pata”.
El periodista intenta ordenar el pensamiento de los escritores, porque
algunos, como el Nobel Patrick Modiano, dejan frases a medias o se contradicen. “En las entrevistas de Ayén siempre hay algo en lo que te reconoces pero donde no eres exactamente tú”, dice Pàmies. A mi lado, Colomer le da la razón y susurra que, en la entrevista que le hizo por Aunque caminen por el valle de la
muerte (Random House), a Ayén le sorprendía que alguien “aparentemente apacible” como él haya escrito sobre la guerra.
Y en la guerra, en la barbarie, la música puede salvarte. Así lo sostiene Xavier Güell en Los prisioneros
del paraíso. Como recuerda Juan Tarrida, director editorial de Galaxia Gutenberg, el cinismo de la simulación nazi culminó en el campo de concentración de Terezin. Allí estuvo recluido el compositor checo Hans Krasa, con Viktor Ullmann y Pavel Haas. Seguían trabajando; no porque fueran privilegiados, sino para que un documental propagandístico fingiera que los artistas judíos estaban bien tratados. Fue el particular musical nazi. ¿Hasta qué punto hicieron creer que el holocausto no era verdad? Es el gran debate, admite el historiador José Enrique Ruiz-Domènec en la Casa del Libro, ante un público selecto. Tal vez la respuesta esté en el tiempo que duró la anomalía: doce años, cuando estamos acostumbrados a ver la historia en siglos. Después no se pudo actuar como si nada hubiera ocurrido. “En esta novela, Xavier se introduce en la profundidad del mal”, concluye Ruiz-Domènec, “allí hay un punto de hermosura. Y eso da miedo”.
Enrique Vila-Matas le roba un poco de puré a Ignacio Martínez de Pisón aprovechando que ha salido a fumar