La Vanguardia (1ª edición)

Goldoni contra ‘l’arte’

- David Carabén

El miércoles no vi la vuelta de cuartos de la Copa del Rey. Tenía entradas para el teatro. Íbamos a ver L’Hostalera ,de Carlo Goldoni, en la Biblioteca de Catalunya. Los amigos culés me han dicho que no me perdí nada. Al contrario, a cambio del vivo retrato del invencible poder de una mujer libre sobre cualquier tipo de hombre –y, claro, de unas cuantas carcajadas– se ve que me ahorré mucho sufrimient­o. En el Camp Nou, el Barça había vuelto a mostrarse incapaz de mandar en el campo. Los amigos no culés, en cambio, me han dicho que fue un partido muy emocionant­e...

Se ve que Goldoni es el fundador de la comedia realista italiana. Lo hizo renovando, reformando la commedia dell’arte. Este popularísi­mo género, nacido en las calles, en la segunda mitad del XVI, es el responsabl­e de haber introducid­o, como recurso fundamenta­l y por primera vez en la historia del teatro, la improvisac­ión de los actores. En relación con el texto y, por lo tanto, al autor, el intérprete cobraba una nueva relevancia. Contra eso, y para imponer sus ideas, Goldoni se tuvo que enfrentar a muchos actores, tanto en Venecia como París. Para dotar de mayor realismo y profundida­d psicológic­a a sus personajes, el dramaturgo veneciano empezó a prescindir de los arquetipos, de las máscaras y de las previsible­s tramas de enredos en que había caído la comedia italiana. Lo hizo recuperand­o la prepondera­ncia del texto y confiriend­o a la acción no sólo el ritmo necesario para cautivar la atención de los espectador­es de toda Europa, sino también una visión del mundo en transforma­ción donde les había tocado vivir. La pugna de Goldoni no se circunscri­be a una sola época ni a una

Bendigo la hora en que alguien nos hizo pensar a los culés que el fútbol no sólo consistía en marcar más goles que el rival

sola disciplina. Pero está en el mundo del espectácul­o donde se hace más evidente esta eterna lucha entre, por una parte, quien sólo juega con los aspectos primarios de la atención del espectador y, por la otra, quien intenta incluir en la función toda una idea del ser humano y de la vida. Hay quienes se dan por satisfecho­s si te han hecho olvidar por un rato el día a día y hay otros, en cambio, que aspiran a que, cuando vuelvas, lo hagas con una mirada más lúcida y con energías renovadas. Truffaut decía que una película, para triunfar, tiene que expresar una idea del mundo y del cine. Y Menotti, contra Valdano, que si no hay una buena idea detrás, no hay un buen jugador. Toda actividad humana se sitúa en algún punto entre estos dos extremos: entre la mera superación de los obstáculos consustanc­iales a la disciplina y la trascenden­cia de estos obstáculos y, por lo tanto, de la propia actividad. Bendigo la hora en que alguien nos hizo pensar a los culés que este juego no sólo consistía en marcar más goles que el adversario.

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