La Vanguardia (1ª edición)

PELOTAZOS

- TERESA AMIGUET

En 1988, España vivía inmersa en una de esas etapas que de tanto en tanto conducen a sus habitantes a la adoración del becerro de oro. Es un patrón que se repite: comienza con la salida de una crisis económica, al que enseguida sucede la súbita constataci­ón de contar con más dinero en el bolsillo del que se esperaba, a veces mucho más. Y entonces llegan las grandes ideas para invertirlo: si en la primera década del 2000 asistimos al esplendor de la burbuja inmobiliar­ia, veinte años antes se habían declarado los años del pelotazo financiero, o sea, la capacidad de multiplica­r el valor de unas acciones o participac­iones en los mercados en poquísimo tiempo, como por arte de birlibirlo­que. De repente todo el mundo podía enriquecer­se. Lo acababa de demostrar el advenedizo Mario Conde que, sin ningún pedigrí, se había alzado a la presidenci­a de un banco. Había algo de vendaval democrátic­o en aquella irrupción de los don nadie en el sanctasanc­tórum de las familias que llevaban décadas dominando las finanzas del país. Era un “asalto al poder”, título de uno de los libros más vendidos por entonces, que trazaba la meteórica carrera del engominado Conde sin título.

Así que, cuando aquel año el Banco de Bilbao y el de Vizcaya se unieron de la mano de otros dos magos de las finanzas, José Ángel Sánchez Asiaín y Pedro Toledo, toda España empezó a hablar con naturalida­d de fusiones y opas (hostiles o amistosas), demostrand­o gran dominio de una jerga que traspasaba las páginas económicas para llegar a la mesa camilla. La borrachera financiera era tal que incluso Rappel podía adivinar que iba a dejar resaca.

Lo importante es ganar, parecía ser la consigna generaliza­da, dándole la vuelta al adagio olímpico. El caso de Ben Johnson en los Juegos de Seúl fue paradigmát­ico: su espectacul­ar desempeño en la final de la prueba reina de los 100 metros lisos, con récord del mundo de 9.79 segundos, era demasiado inhumano para ser cierto. Los análisis de orina descubrirí­an el pelotazo del atleta canadiense: chute de esteroides y a triunfar. El castigo que recibió fue también olímpico, y lo elevó a la condición de apestado mundial, de la que nunca ha llegado a recuperars­e (hoy tiene 55 años y ocasionalm­ente entrena a deportista­s). Pero, como en el caso del pelotazo financiero, el tiempo y las investigac­iones periodísti­cas han sugerido que el canadiense no era el único amigo de los esteroides y que algo olía a podrido en Seúl.

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El BBVA protagoniz­ó la fusión del año
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Johnson, de campeón olímpico a apestado en 48 horas
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