Salvador alemany
Lo recuerdo jugando a baloncesto en La Salle Condal y La Salle Barceloneta
O sea, que si, según Alemany, que ya nació alto, el Liceu contribuye a prestigiar Barcelona en el mundo, quizá sus responsables artísticos deberían asesorar a algunos de nuestros políticos que, independientemente de sus ideologías e incluso de sus ambiciones e incompetencias, continúan proyectando una imagen de Barcelona más comarcal que cosmopolita y, desde luego, más próxima al teatro de aficionados y a las zarzuelas de nuestros queridos abuelos que, por ejemplo, a la ópera. Y aquí es donde vuelvo a Wagner. Nada que objetar a Giacomo Puccini y a la popular aria Nessun dorma de su ópera Turandot, que el lunes interpretó en el Liceu el tenor Jorge de León. Todo eso tan es decir, en su entierro. No antes. Cuando mueren, pero heroicamente, sin escudarse en el pueblo y después de haberse enfrentado ellos solos al dragón o al ogro. Y, por supuesto, siempre mueren asesinados por un traidor que los sorprende por la espalda. Es entonces, sólo entonces, cuando las masas los acompañan.
La imagen que debe proyectar Barcelona ha de parecerse y sonar como una ópera de Wagner. Nada que ver, pues, con una obra teatral escrita los fines de semana por un aficionado acatarrado e interpretada por un grupo de actores también aficionados y dirigidos por un sacerdote que dudó entre ser actor y dedicar su vida a Dios.