Con la ley no basta
Cristina Sánchez Miret critica el juicio del 9-N, pues considera que la actitud del tribunal resta credibilidad al estado y la democracia: “Esta escalada no se detendrá si aquellos que están en contra de la independencia y son demócratas no lo son por encima de todo y por lo tanto ponen por delante la democracia y no el partido, o España, o el mundo en lo que quieren seguir viviendo”.
No puedo encontrar cuál es la palabra que describe el ánimo con el que escribo este artículo, pero no es ni positivo ni augurador de un futuro mejor. Podría decirlo por todo lo que está pasando en el mundo, que de hecho no es nada nuevo, pero que ahora se da en una confluencia masiva y en grados mucho más importantes que en muchos otros momentos. Cuando menos que en los últimos cincuenta años –y en nuestra parte del mundo–, que habían conseguido rubricar el sello de ganancias democráticas y evolución social. Nada más que un espejismo, pero bastante potente para crear una opinión general de autocomplacencia.
Pero, como anunciaba, no lo digo por eso, lo digo como catalana de origen y de adscripción –aunque nunca hago diferencias entre unos y otros como ciudadanos y ciudadanas de este país no reconocido pero claramente identificable socialmente en el que ya vivimos todos juntos–, porque la escalada de aquellos que no están dispuestos a perder en el juego democrático –es decir, delante de una urna– está traspasando cualquier límite de legitimidad democrática.
A mi entender, también los legales, utilizando algo que se ha mostrado últimamente en relación con la cuestión catalana muy elástica, la interpretación de la ley y su aplicación. Lo que ha pasado en el juicio del 9-N es vergonzoso –ya lo fueron los prolegómenos–, pero ver en directo la actuación del tribunal hace tambalearse los principios más básicos de respeto y confianza en la justicia que todo miembro de una sociedad necesita como derecho fundamental por precisamente preservar sus derechos. Esta escalada no se detendrá si aquellos que están en contra de la independencia y son demócratas no lo son por encima de todo y por lo tanto ponen por delante la democracia y no el partido, o España, o el mundo en lo que quieren seguir viviendo.
De momento parece que no hay, o, en todo caso, los que hay no creen que tengan que decir nada. Quizás piensan que no es tan grave, menos todavía cuando el resultado les va a favor aunque les incomoden los procedimientos. Y se escudan en una confluencia que les va muy bien poniendo a todos los catalanes, o a todo aquello que es catalán e independentista, bajo sospecha para quedarse tranquilos con los principios que se vanaglorian de tener. Nunca antes, después de la dictadura, se han dado tantas lecciones de democracia y ha habido tan poca.